Abia y la Ciudad de Burasno
Abia era una niña de 9 años que vivía en la colorida ciudad de Burasno, donde las calles estaban llenas de risas y juegos. En su familia estaban su mamá, su papá, su hermana Luciana y su mejor amigo Washington, un pequeño perro travieso. Además, siempre estaban a su lado sus primos Romanela y Cataleya, junto con Yuli, Itatí y Tati, sus amigas inseparables.
Un día, mientras jugaban en el parque, Abia miró al cielo y dijo: "¿Alguna vez han pensado en lo que hay más allá de Burasno?"-
Todos se miraron con curiosidad.
"Yo siempre he querido saberlo", -dijo Luciana, mirando a sus amigos. "Quizás podamos hacer un viaje de aventura!"-
Washington ladró emocionado. Abia tenía una idea brillante. "¡Podríamos hacer una excursión al bosque encantado!"-
"¿Un bosque encantado?" -preguntó Romanela. "¡Eso suena misterioso!"-
"Sí, y allí podrían haber árboles que hablan y animales que cantan"- acotó Cataleya.
Así que decidieron preparar sus mochilas y salir en busca de ese lugar mágico. La familia de Abia y sus amigos se juntaron para crear un mapa. Papá les ayudó a conseguir un poco de comida, mientras que mamá les dio varios consejos sobre los animales que sí podían encontrar y qué no hacer en el bosque.
"Recuerden, nunca se separen del grupo y cuiden de Washington", -les advirtió mamá.
"No te preocupes, lo cuidaremos como un tesoro", -dijo Abia sonriendo.
Al amanecer, con el sol brillando radiante, todos se pusieron en marcha hacia el bosque encantado. Caminaban cantando y riendo, mientras disfrutaban del aire fresco. Pero a medida que se adentraban en el bosque, las cosas se volvieron un poco diferentes.
De repente, se encontraron con un árbol enorme que parecía estar vivo. Sus ramas se movían y un sonido suave salía de él.
"¡Miren!"- exclamó Yuli, mientras señalaba hacia arriba.
"Hola, pequeños aventureros"- dijo el árbol, con una voz profunda y amistosa. "Soy el árbol de los secretos. ¿Qué desean saber?"-
"Queremos conocer el mundo más allá de Burasno"- respondió Abia.
El árbol sonrió y dijo: "Para conocer el mundo, deben aprender sobre la amistad y la cooperación". Entonces, el árbol les propuso un desafío: cada uno debía contar una historia sobre lo que habían aprendido en su vida.
"¡Que divertido!" -dijo Tati, emocionada.
Comenzaron con Abia. "Un día, mi mamá me enseñó a cuidar de nuestro jardín. Cuando cuidamos las plantas, vemos cómo crecen y florecen. Así, también crecemos con amor y paciencia".
"¡Qué bonito!" -dijo Itatí, asintiendo con la cabeza.
Uno a uno, fueron compartiendo sus historias. Luciana habló de cómo ayudó a un amigo en problemas, Romanela contó sobre un perro perdido que encontraron y le dieron un hogar, Cataleya compartió cómo siempre intenta incluir a todos en sus juegos.
Cuando llegó el turno de Washington, los niños rieron, porque sabía que un perro no podía hablar, pero su entusiasmo y lealtad siempre habían sido un ejemplo para todos ellos.
Finalmente, el árbol dijo: "He escuchado sus historias y veo que valoran la amistad y la ayuda. Por eso, les mostraré lo que hay más allá de Burasno"- y con un suave movimiento de sus ramas, un portal apareció ante ellos.
Con un poco de miedo pero también con mucha emoción, cruzaron el portal y encontraron un mundo colorido y vibrante. Allí habían montañas altas, ríos brillantes y un sinfín de criaturas increíbles.
"¡Es hermoso!" -gritó Abia.
Por un instante, todos se olvidaron de su ciudad y se sumergieron en el juego. No obstante, después de tanta aventura, el árbol les recordó: "Recuerden, la verdadera magia está en lo que tienen, aquí y en Burasno. Cada uno de ustedes tiene un corazón y juntos son un gran equipo"-.
Así, Abia y su grupo comprendieron que lo importante no era solo conocer nuevos lugares, sino también valorar su amistad y las aventuras que vivían juntos en la ciudad de Burasno.
Al regresar, todos estaban llenos de risas y relatos emocionantes. –"Hicimos un nuevo pacto", -dijo Abia. "Siempre seremos amigos y siempre cuidaremos juntos de nuestra ciudad"-.
Desde aquel día, los niños jugaron y exploraron cada rincón de su ciudad, creando recuerdos y cuidando del mundo que los rodeaba, sabiendo que la amistad y la aventura nunca se acabarían. Y así, Abia y sus amigos aprendieron que las mejores historias son las que se crean todos juntos, sin importar a dónde los lleve la vida, siempre manteniendo la esencia de la amistad en el corazón.
FIN.