Abrazos con Amor



Había una vez un niño llamado Mateo, quien tenía siete años y era conocido por ser muy cariñoso. A Mateo le encantaba abrazar a todos sus amigos y también a las demás personas que lo rodeaban.

Su corazón rebosaba de amor y siempre quería mostrarlo con un cálido abrazo. Un día, mientras jugaba en el parque, Mateo vio a un grupo de niños que no conocía.

Se acercó emocionado y exclamó: "¡Hola! Soy Mateo, ¿quieres ser mi amigo?". Los niños sonrieron y aceptaron la amistad de Mateo. Pero antes de que pudiera darles un abrazo, su mamá le dijo: "Mateo, recuerda que no debes abrazar a desconocidos sin preguntar primero".

Mateo se sintió confundido pero decidió seguir el consejo de su mamá. Se acercó al primer niño del grupo y preguntó: "¿Puedo darte un abrazo?". El niño asintió con entusiasmo y ambos se fundieron en un cálido abrazo lleno de alegría.

A medida que pasaban los días, Mateo aprendió a distinguir entre los abrazos sí y los abrazos no.

Descubrió que sus amigos cercanos disfrutaban mucho de sus muestras de cariño, pero también aprendió a respetar los espacios personales de aquellos que no se sentían cómodos con los abrazos. Un día, mientras caminaba por la calle, Mateo vio a una señora mayor sentada en un banco solitaria. Sin pensarlo dos veces, corrió hacia ella y la abrazó fuertemente.

La señora se sorprendió pero luego sonrió y le dijo: "Gracias, pequeño, ese abrazo me hizo sentir muy especial". Mateo comprendió que a veces los abrazos pueden alegrar el día de alguien, incluso si no los conocemos bien.

Sin embargo, también entendió que hay momentos en los que es mejor preguntar antes de abrazar a alguien desconocido. Un día, mientras Mateo estaba en el supermercado con su mamá, vio a un niño llorando en el pasillo de los dulces.

Se acercó cuidadosamente y preguntó: "¿Estás bien? ¿Puedo darte un abrazo?". El niño asintió tímidamente y Mateo lo abrazó suavemente. El niño se sintió reconfortado y ambos compartieron una sonrisa.

Desde ese día, Mateo supo cuándo era apropiado dar un abrazo y cuándo era mejor esperar. Aprendió que todos necesitamos cariño, pero también necesitamos respetar los límites de los demás.

Y así, Mateo siguió creciendo como un niño cariñoso y amoroso, siempre dispuesto a demostrar su afecto con un cálido abrazo cuando fuera adecuado hacerlo. Y aunque hubiera momentos en los que no pudiera dar esos abrazos tan especiales, siempre encontraría otras formas de mostrar su amor hacia los demás.

Porque el mundo necesita más personas como Mateo; personas dispuestas a compartir su amor sin olvidarse del respeto hacia las emociones de quienes les rodean.

FIN.

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