Abuela Valiente y el Poder de la Empatía
Era una soleada mañana en el barrio de Villa Alegría, donde vivía la abuela Valentina, conocida por ser una superhéroe muy especial. No solo llevaba una capa roja brillante, sino que también tenía un poder extraordinario: la capacidad de entender cómo se sentían los demás. Esta habilidad la hacía una abuela muy querida entre los niños del vecindario, especialmente entre sus tres nietas: Lila, Tania y Flor.
Un día, las tres niñas llegaron a casa de su abuela con mucha energía. Lila, la mayor, estaba emocionada por mostrarle a su abuela un dibujo que había hecho.
"¡Mirá, abuela! Dibujé a los cuatro jugando en el parque", dijo Lila, con los ojos brillantes.
"Es hermoso, mi amora. Pero, ¿sabés que hay algo aún más importante que pasarla bien juntos?", preguntó la abuela con una sonrisa.
"¿Qué es, abuela?", preguntó Tania, curiosa.
"La empatía. Es la capacidad de ponernos en el lugar de los demás", explicó Valentina, mientras se sentaba con sus nietas.
"¿Y eso para qué sirve?", preguntó Flor, que siempre tenía muchas preguntas.
"Veámoslo juntas. Vamos a hacer un juego", propuso Valentina.
Las niñas asintieron emocionadas y su abuela las llevó al parque. Allí, se acercaron a un grupo de niños que estaban jugando al fútbol. Lila se unió al juego, pero pronto se dio cuenta de que un niño, llamado Martín, estaba sentado solo, triste.
"¿Qué te pasa, Martín?", le preguntó Lila.
"No tengo con quién jugar porque no sé jugar al fútbol", respondió él, agachando la cabeza.
Lila miró a su abuela, quien le sonrió y le dijo:
"Esto es empatía, Lila. Cuando alguien está triste, podemos intentar ayudarlo a sentirse mejor. ¿Qué querés hacer?"
"Podríamos enseñarle a jugar", sugirió Lila, emocionada.
Tania y Flor se unieron a su hermana y todos empezaron a enseñar a Martín algunos trucos simples del fútbol. Al poco tiempo, Martín estaba riendo y disfrutando como nunca.
"¡Gracias! ¡Ahora puedo jugar con ustedes!", exclamó contento y se unió al partido. Las niñas se sintieron felices porque habían logrado alegrar el día de Martín.
Más tarde, mientras regresaban a casa, Flor le dijo a su abuela:
"Abuela, eso fue genial. Pero, ¿puedes mostrarme más sobre la empatía?"
Valentina pensó un momento y decidió que era hora de poner a prueba el aprendizaje de sus nietas. Les propuso un nuevo reto.
"Mañana, en lugar de solo ayudar a un niño, vamos a hacer algo diferente. Vamos a practicar la empatía con alguien de nuestro propio hogar: con el vecino, el señor Rojas, que parece estar siempre solo. ¿Qué piensan?"
Las niñas se miraron entre sí, algo dudosas, pero emocionadas por la nueva aventura. Al día siguiente, se acercaron al apartamento del señor Rojas con una canasta de galletas caseras que habían hecho junto a su abuela. Al tocar la puerta, el señor Rojas parecía un poco sorprendido.
"¡Hola, señor Rojas!", saludaron al unísono las chicas.
"Hola, chicas. ¿Qué las trae por aquí?", respondió el vecino con una sonrisa tímida.
"Le traemos unas galletitas y queremos charlar con usted. A veces lo vemos solo, y pensamos que podría contarnos historias", explicó Lila.
El señor Rojas se sonrojó un poco y aceptó encantado. Se sentaron en la mesa, y, mientras disfrutaban de las galletas, el hombre les contó historias sobre cómo había sido de niño y sus aventuras. Las niñas escuchaban atentamente, preguntando y compartiendo risas.
Al final del día, el señor Rojas dijo:
"No sabían cuánto necesitaba esto. Me hicieron sentir menos solo. Gracias, chicas."
Las chicas regresaron a casa y se sintieron radiantes. Reunidas con su abuela, le contaron lo ocurrido.
"¡Lo logramos, abuela! Hicimos que el señor Rojas se sintiera bien", exclamó Tania.
Valentina, emocionada, abrazó a sus nietas.
"Lo hicieron muy bien. A veces, ayudar a los demás no significa solo dar, sino también escuchar y acompañar. La empatía puede cambiar el día de una persona, y, a su vez, cambiar el nuestro también."
Y así, las tres hermanitas aprendieron que el verdadero poder no solo estaba en la capa roja de su abuela, sino también en sus corazones. Desde ese día, se comprometieron a ser embajadoras de la empatía en su vecindario, convirtiéndose en la alegría de todos a su alrededor.
Año tras año, las tres crecieron recordando esas lecciones, dispuestas siempre a compartir una sonrisa y un gesto amable, haciendo de Villa Alegría un lugar aún más cálido y acogedor.
FIN.