Adelín y sus Grandes Orejas



Había una vez un pequeño duendecillo llamado Adelín que vivía en un frondoso bosque lleno de árboles altos y flores de colores brillantes. Adelín era un duende alegre, pero había algo que lo hacía sentir triste… ¡tenía unas orejas muy grandes!

Cada vez que sus amigos, los otros duendes, jugaban en el claro, no podían evitar reírse al ver sus orejas que parecían alas de mariposa.

- ¡Mirá las orejas de Adelín! - decía Pipo, su amigo más travieso.

- ¡Seguro que puede volar! - contestaba Bella, la duendecilla más risueña.

- ¡Mejor que no se acerque al fuego! - gritaba Tico, mientras todos se reían a carcajadas.

Adelín se sentía cada vez más triste y solitario. Pensó en cómo podría hacer para que sus amigos lo aceptaran. Una tarde, decidió alejarse un poco del grupo y se sentó bajo un gran roble. Allí, mientras miraba las hojas moverse con el viento, se le ocurrió una idea.

- Quizás mis orejas puedan ser útiles - pensó Adelín, con una chispa de esperanza.

Al día siguiente, Adelín se despertó con la determinación de mostrarles a todos que sus orejas no solo eran diferentes, ¡sino especiales!

Se preparó y salió al claro, donde sus amigos estaban jugando.

- ¡Hola, chicos! - gritó Adelín con una gran sonrisa.

- ¿Qué vas a hacer, Adelín? - preguntó Pipo, todavía escéptico.

- ¡Voy a demostrarles que tengo un talento único! - anunció Adelín, emocionado.

Los otros duendes se detuvieron y lo miraron con curiosidad. Adelín respiró hondo y comenzó a mover sus orejas de distintas maneras, haciendo formas divertidas y rítmicas.

- ¡Mirá esto! - exclamó, mientras sus orejas bailaban al ritmo de una melodía que él mismo inventó.

Los duendes comenzaron a reír, pero esta vez no era de burla, ¡era de alegría!

- ¡Eso está genial, Adelín! - aplaudió Bella, emocionada.

- ¡Dame una clase! - gritó Tico, lleno de entusiasmo.

- ¡Quiero aprender a mover las orejas como vos! - decía Pipo, mientras trataba de imitarlo.

Adelín sintió una gran felicidad al ver que sus amigos ya no se reían de él. Al contrario, se estaban divirtiendo. Esa tarde, entre risas y movimientos de orejas, Adelín había logrado convertir sus grandes orejas en la estrella del momento.

Con el tiempo, todos los duendes aprendieron a hacer coreografías con sus orejas y, en poco tiempo, ¡se organizó una gran fiesta en el bosque! Las orejas de Adelín se volvieron tan populares que todos querían tener orejas grandes como las suyas.

- Gracias por mostrarme que ser diferente es especial - le dijo Pipo mientras todos bailaban.

- Al principio me sentía triste, pero ahora sé que mis orejas son una parte única de mí - respondió Adelín con una gran sonrisa, rodeado de sus amigos.

Desde ese día, Adelín no solo dejó de sentirse avergonzado por sus grandes orejas, sino que además se convirtió en un experto en espectáculos de orejas danzantes.

Y así, con el tiempo, todos los duendes aprendieron que lo que nos hace diferentes es lo que nos hace especiales, y que cada uno tiene su propia belleza que aportar.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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