¡Adiós, pañales!
Había una vez un niño llamado Vicente, que tenía tres años y estaba aprendiendo a dejar los pañales. Vicente era un niño muy curioso y aventurero, siempre dispuesto a explorar el mundo que lo rodeaba.
Un día, mientras jugaba en su habitación, Vicente sintió la urgencia de ir al baño. Corrió hacia allí y se sentó en su pequeño inodoro para hacer pipí. Pero por más que intentaba, no lograba hacerlo correctamente.
"¡Ay! No puedo hacerlo", se lamentó Vicente. Su mamá escuchó sus palabras desde la cocina y decidió acercarse para ayudarlo. "Tranquilo, Vicente. Aprender a usar el baño lleva tiempo y paciencia.
No te preocupes, estoy aquí para enseñarte", le dijo su mamá con una sonrisa reconfortante. Vicente miró a su mamá con ojos llenos de esperanza y asintió con la cabeza. Juntos se sentaron en el baño y su mamá le explicó cómo debía relajarse e intentar nuevamente.
Los días pasaban y Vicente seguía esforzándose por aprender a usar el baño como los niños mayores. Su mamá le recordaba constantemente que no debía desanimarse si cometía errores, ya que todos aprendemos paso a paso.
Un día, mientras jugaban en el parque junto a otros niños de su edad, Vicente sintió nuevamente esa urgencia de ir al baño.
Se apresuró hacia los arbustos cercanos pero esta vez algo diferente ocurrió: ¡logró hacer pipí en el pasto! Vicente saltaba emocionado y corrió hacia su mamá para contarle la buena noticia. "¡Mamá, mamá! ¡Lo logré! Hice pipí en el pasto como los niños grandes", exclamó Vicente emocionado. Su mamá lo abrazó con alegría y orgullo.
Sabía que ese pequeño logro era un gran paso para Vicente. A partir de ese día, Vicente se sintió más motivado que nunca a seguir practicando. Cada vez que tenía ganas de hacer pipí o caca, corría al baño y se esforzaba por hacerlo correctamente.
Poco a poco, con paciencia y dedicación, Vicente dejó de depender de los pañales y aprendió a usar el baño como los niños mayores.
Su mamá estaba feliz de ver cómo su hijo crecía y se convertía en un niño independiente. Y así fue como Vicente dejó atrás los pañales para siempre. Aprendió que no hay nada imposible si uno se esfuerza y tiene paciencia.
Y desde aquel día, siempre recordaría esa lección: cada pequeño paso cuenta cuando nos proponemos alcanzar una meta.
FIN.