Adrián y el Misterio de los Ejercicios
Era un día soleado en la Escuelita del Parque, donde los sonidos de risas y juegos llenaban el aire. Adrián, un niño de diez años, estaba rodeado de sus compañeros mientras la maestra Alejandra explicaba un nuevo tema de matemáticas. A pesar de que muchos de sus amigos parecían entenderlo sin problema, Adrián sentía un nudo en el estómago cuando miraba la pizarra.
"¿Por qué no puedo entenderlo?", pensaba para sí mismo, sintiendo que la frustración crecía en su interior. No era la primera vez que se enfrentaba a esta situación. Cada vez que la maestra le daba un ejercicio, el sudor comenzaba a correr por su frente.
"Adrián, ¿te gustaría que te explique de nuevo?" - le preguntó la maestra con una sonrisa amable.
"No, gracias. Es que no puedo, no entiendo nada" - respondió él con la voz apagada.
La maestra Alejandra suspiró, dándose cuenta de que la frustración de Adrián preocupaba a sus compañeros.
"No te preocupes, Adrián. Todos tenemos días en los que las cosas no nos salen. ¿Por qué no tratamos de resolverlo juntos con un pequeño juego?" - sugirió la maestra, esperando animarlo.
Los ojos de Adrián se iluminaron un poco. ¡Un juego! Tal vez eso podría ayudar.
La maestra organizó a los alumnos en grupos y les dio varios ejercicios, animándolos a que se ayudaran entre sí. Adrián se sintió un poco más relajado. Mientras discutían las preguntas, sus compañeros comenzaron a explicarle cómo lo hacían.
"Mirá Adrián, si sumás estos dos números y luego restás este, te queda más fácil" - explicó Sofía, una de sus compañeras más comprensivas.
Adrián asintió, mientras intentaba seguir sus instrucciones. Pero, a medida que avanzaban, una nueva pregunta surgía en su mente.
"¿Y si no puedo hacerlo? ¿Voy a molestar a todos?" - pensó, la ansiedad volviendo a atacarlo.
Al siguiente día, durante la clase de ciencias, Adrián se sentía ansioso nuevamente. Ellos debían armar un diorama sobre la capa de la Tierra. Esta vez, su equipo estaba integrado por Nicolás y Laura.
"Chicos, no sé si voy a poder" - dijo Adrián, mirando los materiales sobre la mesa.
"¡Claro que sí, Adrián! Solo tenemos que pensarlo un poco. Vamos a hacerlo juntos" - respondió Nicolás, siendo el más optimista del grupo.
"Sí, podemos hacer un volcán. ¡A Adrián le gustan los volcanes!" - sugirió Laura, intentando levantar el ánimo.
Adrián sonrió. Un volcán sonaba divertido. Juntos empezaron a trabajar, y la frustración comenzó a desvanecerse. Mientras iban armando el diorama, Adrián empezó a descubrir que podía contribuir con ideas valiosas.
"Podemos hacer que el volcán erupte con bicarbonato y vinagre" - propuso entusiasmado.
"¡Esa es una gran idea!" - exclamaron sus amigos.
El día de la presentación llegó, y cuando llegó el turno de su grupo, todos estaban ansiosos. Adrián sintió un escalofrío de nervios, pero Laura y Nicolás le sonrieron para darle ánimo.
"Adrián, vos hablás sobre el volcán, nosotros te ayudamos" - le dijeron con confianza.
"¿Yo? Pero..." - comenzó a protestar, pero se dio cuenta de que sí podía hacerlo.
"¡Vamos!" - gritó Nicolás mientras se ponía de pie.
Con gran voz, Adrián explicó con pasión el proceso de erupción y cómo estaban representando la Tierra. Cuando terminaron, todos aplaudieron. Se sintió un calor en el pecho, como si todo el miedo se hubiera evaporado.
"¡Lo hiciste increíble, Adrián!" - le dijo la maestra Alejandra al finalizar.
"Sí, fuiste muy claro, ¡muy bien!" - exclamó Sofía.
"Tenés que dejar de dudar de vos mismo, ¡sos genial!" - lo alentó Laura.
Adrián aprendió que pedir ayuda no era una debilidad, sino una gran fortaleza. Las palabras de sus compañeros y la comprensión de su maestra le mostraron que la perseverancia valía la pena. En las siguientes clases, siempre se recordaba que no tenía que rendirse, y que la frustración era parte del camino hacia el aprendizaje.
Así, con el apoyo de sus amigos, Adrián comenzó a disfrutar más de las escuelas y a enfrentar cada ejercicio como un desafío que valía la pena. Aprendió que todos tienen sus momentos difíciles y que, ¡juntos, todo es más fácil y divertido!
La historia de Adrián se convirtió en un ejemplo para sus compañeros. La preocupación de la maestra Alejandra se transformó en orgullo, sabiendo que todos podían aprender a su propio ritmo, siempre con buen ánimo y espíritu de equipo.
FIN.