Adrián y la Carreras de los Sueños
Adrián era un niño de 7 años, rubio con ojos azules, que vivía en un pequeño pueblo argentino. Desde que tenía memoria, su vida había estado centrada en el atletismo. No había día en que no saliera a correr por las calles del barrio, sintiendo el viento en su cara y el latido de su corazón marcando el ritmo de sus pasos.
Un día, mientras entrenaba en el parque, se encontró con su mejor amigo, Lucas, que lo esperaba ansioso con una gran noticia.
"¡Adri! ¡Te enteraste que habrá una maratón para chicos este fin de semana!" - exclamó Lucas, saltando de felicidad.
"¡No puede ser!" - respondió Adrián, sus ojos brillando como dos linternas. "¿De verdad? ¿Quién puede participar?" - preguntó con un entusiasmo contagiante.
"¡Todos los chicos entre 7 y 12 años! Vamos a anotarnos. ¡Es nuestra oportunidad!" - dijo Lucas con una sonrisa amplia.
Adrián no podía contener su emoción. Comenzó a entrenar más que nunca. Se despertaba temprano para salir a correr, y cada tarde, después de hacer sus tareas, se dirigía al parque para practicar.
Sin embargo, a medida que se acercaba la fecha de la carrera, Adrián notó que uno de sus compañeros de escuela, Tomás, también estaba entrenando intensamente. Tomás era un niño más grande y siempre había sido considerado el mejor corredor del colegio.
"¡Hola, Adrián! ¡Creo que no tienes chances contra mí en la carrera!" - le dijo Tomás, despectivamente, mientras se estiraba en el parque.
Adrián, aunque un poco asustado por las palabras de Tomás, decidió que debía concentrarse en lo que más le gustaba: correr. Durante los días que siguieron, se enfocó en su técnica, escuchando a su papá, que siempre le decía que lo importante no era ganar, sino dar lo mejor de uno mismo.
El día de la maratón llegó. La plaza estaba llena de niños riendo y corriendo, llenos de entusiasmo. Adrián se sentía nervioso pero emocionado. Cuando se dio la señal de inicio, sintió que su corazón latía con fuerza. Salió disparado junto a Lucas, dándolo todo.
A medida que avanzaba la carrera, Adrián notó que Tomás estaba adelante y que cada vez le llevaba más distancia.
"No puedo rendirme" - pensó Adrián. "Tengo que seguir adelante, ¡esto es por mí!".
Con cada paso que daba, regresaron a su mente las palabras de su papá: "Lo importante es dar lo mejor de uno mismo". Con ese pensamiento motivador, comenzó a mejorar su ritmo, intentando acortar la distancia.
Mientras continuaba, se dio cuenta de que otros niños también estaban agitados y cansados. Entonces decidió ayudar.
"¡Vamos! ¡No se rindan! ¡Juntos podemos!" - gritó Adrián a sus compañeros, brindándoles ánimo. Fue así como se convirtió en un líder entre sus amigos.
Finalmente, a pocos metros de la meta, Tomás tropezó y cayó al suelo. La multitud se llenó de murmullos, pero Adrián no dudó un segundo. Corrió hacia él.
"¡Tomás! ¡Necesitas ayuda!" - gritó Adrián, extendiendo su mano.
Tomás, atónito, aceptó la ayuda de su adversario. Juntos, se levantaron y comenzaron a correr hacia la meta, cruzándola de la mano. Adrián no sólo había dado lo mejor de sí, sino que también mostró una gran deportividad y amistad.
Al llegar a la meta, los aplausos del público reverberaron, y aunque no había llegado primero, lo importante era que había aprendido que las carreras no eran solo sobre ganar, sino sobre compartir, ayudar y disfrutar del recorrido.
"Gracias, Adrián. No sabía que tenías ese espíritu" - dijo Tomás, sonriendo, mientras se secaba el sudor de la frente.
"Lo hice porque creo que todos debemos ayudarnos entre nosotros. El atletismo es más que ser rápido; es compañerismo" - respondió Adrián, con humildad.
Y así, Adrián y sus amigos aprendieron que el verdadero espíritu de una carrera no estaba en el trofeo, sino en la amistad y el apoyo incondicional que se brindaban entre ellos. Desde aquel día, los cuatro amigos nunca se perdieron una carrera y siempre corrían juntos, recordando que lo más importante en la vida, como en el atletismo, era siempre dar lo mejor de uno mismo.
FIN.