Adrián y la Magia de No Rendirse



En un pequeño pueblo de Argentina, vivía un niño llamado Adrián. Era un niño amable y divertido, pero había algo que lo atormentaba: en la escuela, se frustraba mucho. Cuando hacía problemas de matemáticas o leían en voz alta, a menudo lloraba.

Era un día soleado de marzo cuando sucedió algo curioso. La maestra, la Señora Elena, había notado la frustración constante de Adrián. Ella decidió que era momento de hablar con él.

"Adrián, ¿puedo hablar contigo un momento?", le preguntó mientras todos los demás niños se dispersaban para el recreo.

"Sí, Señorita Elena...", respondió él con la cabeza agachada, sintiéndose inseguro.

"A veces te veo muy preocupado en clase. ¿Te gustaría que tratemos de encontrar una manera de ayudarte?"

Adrián miró a su alrededor. Todos sus compañeros reían y jugaban, mientras él sentía que no podía hacer lo mismo.

"No sé, Señorita... siempre me frustro y lloro. A veces siento que no puedo hacer nada bien".

La maestra sonrió suavemente.

"¿Sabías que todos podemos aprender? A veces, solo necesitamos un poco de ayuda o un enfoque diferente. ¡Qué te parece si creamos un grupo de estudio juntos!"

"Pero... no quiero que se rían de mí. ¿Qué si no puedo seguirles el ritmo?"

La señora Elena le respondió,

"Nadie se reirá de ti. Todos en la clase somos amigos, y en un grupo de estudio, podemos ayudarnos mutuamente. Además, tú siempre has sido bueno inventando historias. ¿Te gustaría que te acompañe con eso?"

Intrigado, Adrián aceptó. En el siguiente recreo, la señora Elena reunió a algunos compañeros para el grupo de estudio.

"Chicos, hoy vamos a ayudar a Adrián a aprender con cuentos. ¿Quién quiere ayudarme?"

Todos los niños levantaron la mano, emocionados. Entre ellos estaba Sofía, la más extrovertida del grupo.

"¡Yo quiero, yo quiero!" gritó Sofía.

"Excelente, Sofía. ¿Tienes alguna idea para nosotros?"

"Podemos inventar un cuento en el que cada número de matemáticas se convierta en un personaje y así será más divertido!"

Adrián sintió que su corazón se llenaba de alegría. La idea de contar una historia le parecía divertida. Así que juntos, hicieron un cuento donde el ordinal uno se llamaba "Uno el valiente", el número dos se convertía en "Dos el travieso", y así sucesivamente.

"Así que, si 'Uno el valiente' se enfrenta a 'Dos el travieso', podemos pensar qué pasaría en una batalla de ingenios matemáticos. ¿Qué piensan?", dijo la señora Elena.

Los niños comenzaron a discutir y a gritar ideas.

"¡Y 'Tres el inteligente' traería una estrategia!" dijo otro compañero.

"Lo fácil es que si dos suman tres, ¡siempre ganará el ingenio!" dijo Sofía, mientras adivinaban cómo lograrlo.

Juntos, escribieron el cuento y decidieron representarlo en el aula. El día de la presentación, Adrián estaba nervioso, pero las risas y las ocurrencias de sus amigos lo hicieron sentir mejor. Cuando llegó su turno de representar, Adrián tomó una gran bocanada de aire y se lanzó al escenario.

"Soy 'Uno el valiente', ¡y no me rendiré!"

Su voz, aunque temblorosa, comenzó a crecer. La historia siguió, y en cada actuación, no solo Adrián brillaba, sino que en cada risita del público sus lágrimas desaparecían. Luego de la presentación, la señora Elena les dio un aplauso estruendoso.

"¡Qué historia tan maravillosa! Estoy tan orgullosa de todos ustedes. Pero Adrián, estoy especialmente impresionada con tu esfuerzo hoy. ¡Has hecho un gran trabajo!"

Desde ese día, Adrián fue cambiando. En las siguientes clases, aunque seguía teniendo dificultad con algunas materias, se dio cuenta de que no estaba solo.

"Señora Elena, muchas gracias por la idea del grupo de estudio. Ya no me siento tan mal si no puedo hacer algo. Ahora sé que puedo intentarlo de nuevo y que tengo amigos que me apoyarán."

La maestra sonrió y le palmeó la espalda.

"Y recuerden, chicos, siempre que trabajamos juntos, podemos hacer que lo imposible se vuelva posible".

Así, Adrián no solo aprendió que no debía rendirse, sino que podía enfrentarse a sus miedos con la ayuda de sus amigos. Juntos, descubrieron que cada error era solo una oportunidad para seguir aprendiendo, y a través de los cuentos, Adrián en lugar de llorar, empezó a reír e imaginar un mundo lleno de posibilidades.

Desde entonces, la clase nunca dejó de usar historias y creatividad para aprender. Y aunque Adrián aún tenía dificultades, ahora sabía que podía pedir ayuda, y no había nada más mágico que eso.

FIN.

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