Agustín, el Gigante de Puebla de Alcocer
En un pintoresco pueblo llamado Puebla de Alcocer, rodeado de colinas y con un antiguo castillo en la cima, vivía un niño muy especial llamado Agustín. Pero Agustín no era un niño cualquiera, ¡era un gigante! Con su gran altura, a menudo podía ver el castillo desde su ventana, y los demás niños del pueblo lo adoraban. Aunque su tamaño era imponente, su corazón era aún más grande.
Agustín pasaba los días jugando con sus amigos.
"¡Vamos a correr hasta el río!" - gritaba Pedro.
"¡Yo los alcanzo!" - respondía Agustín riendo, mientras daba solo unos pocos pasos largos que lo dejaban en la meta antes que todos los demás.
A pesar de su fuerza y tamaño, Agustín siempre tenía cuidado de no asustar a nadie. Divertirse con sus amigos era lo que más disfrutaba, pero había algo que anhelaba: celebrar la Navidad junto a todos. El viento helado comenzaba a soplar mientras las luces de colores iluminaban las calles del pueblo, y las familias empezaban a decorar sus casas.
"Agustín, ¿qué harás para Navidad?" - le preguntó Sofía, con su cara llena de emoción.
"Quiero que todos celebremos juntos en la plaza, con sorpresas y un gran árbol de Navidad!" - respondió Agustín con una sonrisa.
Los niños aplaudieron entusiasmados. Hicieron un plan para que Agustín ayudara a preparar todo. Después de muchas ideas, decidieron que el árbol de Navidad debía ser especial. No podía ser uno normal, tenía que ser gigante, como él. Así que se pusieron manos a la obra. Reunieron troncos y ramas del bosque, y con la ayuda de Agustín, construyeron el árbol más grande que Puebla de Alcocer había visto.
Los días pasaron volando, y llegó el día de la celebración. Sin embargo, había un problema. Una fuerte tempestad se desató y comenzó a llover torrencialmente. Las calles se llenaron de agua y Gran parte de la decoración que habían hecho los niños se arruinó.
"Esto no puede pasar ahora!" - dijo Sofía, con lágrimas en los ojos.
"No te preocupes, ¡podemos arreglarlo!" - exclamó Agustín tratando de consolarla.
A pesar de la desilusión, Agustín tuvo una idea brillante. Juntando a todos los niños, les dijo:
"Vamos a buscar cosas en la naturaleza. Podemos usar hojas, piedras y ramas para crear una nueva decoración. ¡Nos hará sentir más cerca de la Navidad!" - propuso con entusiasmo.
Los niños, animados por su energía, se pusieron a buscar. Recogieron hojas secas, recogieron ramas pequeñas y hasta encontraron algunas frutas para adornar el árbol. Agustín utilizó su voluntad para ayudar a los demás a llegar a los arbres más altos para conseguir lo mejor que pudieran encontrar.
Mientras trabajaban juntos bajo la lluvia, la tristeza se convirtió en risas, y los amigos de Agustín se sumaron rápidamente a su idea. Cuando terminaron, el árbol era un espectáculo maravilloso, decorado con todo lo que habían encontrado y lleno de amor y compañerismo.
Finalmente, llegó la noche de Navidad. El pueblo se iluminó con las luces que habían colgado. Todos los habitantes se reunieron en la plaza, y cuando Agustín apareció, todos lo aclamaron. La lluvia había parado y las estrellas brillaban en el cielo.
"¡Feliz Navidad!" - gritó Agustín, levantando su mano para tocar las estrellas, y todos lo siguieron con sus voces.
Los habitantes del pueblo comenzaron a cantar villancicos y a bailar alrededor del árbol. Agustín, aunque enorme, se movía con gracia y alegría, levantando a los niños en sus brazos y compartiendo un trozo de pan dulce con todos.
A partir de esa noche, Agustín no solo fue visto como un gigante, sino como un verdadero amigo y el alma del pueblo. La tormenta había unido a todos y había hecho que cada uno contribuyera a la celebración. La Navidad en Puebla de Alcocer nunca fue la misma, siempre recordando la famosa tormenta y cómo un gran gigante escolar se convirtió en su héroe.
Así, Agustín aprendió que lo que más importa en las fiestas no son las decoraciones, sino el amor y la unidad que se comparte entre amigos y vecinos. Y en el corazón del gigante, siempre hubo un deseo especial de ver a su pueblo juntos y felices.
Desde entonces, cada Navidad en Puebla de Alcocer se celebró con el árbol gigante que Agustín ayudó a decorar, recordando la lección más importante: nunca se trata del tamaño de las luces o el árbol, sino del amor que compartimos.
Y así, el gigante Agustín se convirtió en un símbolo de unión para todos, demostrando que las diferencias pueden unir en vez de dividir. Y todos en el pueblo lo amaron aún más, porque a veces, los más grandes son los que tienen el corazón más pequeño.
FIN.