Agustín, El Niño Gigante de Puebla de Alcocer
En el pintoresco pueblo de Puebla de Alcocer, había un niño llamado Agustín Luengo. Desde muy pequeño, Agustín había crecido más rápido que sus amigos. Al principio, era motivo de orgullo para su mamá, quien siempre decía:
"¡Mirá, mi Agustín es un campeón!"
Pero a medida que pasaron los años, la situación se volvió diferente. Agustín se convirtió en un niño gigante, tanto que llegó un momento en que no podía ni sentarse en su pupitre de la escuela.
"Maestra, no puedo más, me duele las piernas de estar encorvado", se quejó un día.
La maestra, con tristeza en su rostro, respondió:
"Entiendo, Agustín. Quizás deberías tomar un descanso hasta que encuentres un lugar más cómodo para aprender."
Así que, a regañadientes, Agustín dejó de ir a la escuela.
A medida que se acercaba la Navidad, su corazón estaba pesado con nostalgia. Veía a sus amigos jugar en el parque, correr y celebrar los preparativos para la festividad.
"Quiero ser parte de la Navidad también", murmuró dentro de su casa.
Decidido a hacerlo, Agustín ideó un plan. Empezó a ayudar a sus vecinos en la preparación de la fiesta. Con su gran tamaño, podía cargar adornos, colgar luces y ayudar a montar el árbol de Navidad.
Un día, mientras ayudaba a su amigo Lucas a colgar unas estrellas en su casa, Lucas le dijo:
"Agustín, deberías venir a la fiesta. Todos te extrañan."
Agustín miró al suelo, sintiéndose un poco triste,
"Pero no sé cómo voy a encajar. Soy más grande que todos, y seguro me lastimo un poco en el lugar de los demás."
Pero Lucas no se rindió y le respondió con entusiasmo:
"¡Eso no importa! ¡Eres nuestro amigo, y siempre serás bienvenido!"
Con esas palabras, Agustín se sintió un poco más esperanzado. Así que decidió hacer una invitación especial. Usó un gran trozo de papel y, con su mejor letra, escribió una invitación para el pueblo.
"¡Todos son bienvenidos a mi casa para celebrar la Navidad! Habrá alegría, música y festividades!"
El día de la celebración llegó, y Agustín, aunque gigante, se puso su mejor gorro navideño y se preparó para recibir a sus amigos. El pueblo entero llegó, incluso los adultos.
"¡Wow, Agustín! ¡Este lugar es gigante!" exclamó Sofía, su amiga del colegio.
"Sí, y ahora todos pueden sentirse como gigantes aquí también!" Agustín sonrió al ver que sus amigos estaban emocionados.
La fiesta fue mágica. Agustín cocinó una gran comida, ayudó a decorarla, y todos bailaron. Se jugó a los tradicionales juegos y Agustín, con su tamaño, hacía de cuñado en las competencias para alcanzar las estrellas del árbol. Cada vez que alguien ganaba, Agustín aplaudía con alegría, haciendo que todos rieran por su gran tamaño lleno de dulzura.
"¡Eres el mejor anfitrión, Agustín!" le dijo un niño.
Agustín se sonrojó, y cada carcajada, cada sonrisa lo hizo sentir más querido.
Esa noche, mientras los fuegos artificiales iluminaban el cielo, todos se reunieron alrededor de él.
"Gracias, Agustín, por abrirnos tu casa y tu corazón", dijo Lucas, y todos asintieron.
Agustín se dio cuenta de que ser diferente no lo apartaba de su verdadero lugar en la vida. No importaba el tamaño, lo que realmente valía era el amor y la amistad.
Desde entonces, Agustín decidió que no solo ayudaría a su pueblo en la Navidad, sino que seguiría aprendiendo de diferentes maneras, encontrando nuevas formas de divertirse.
"¡Voy a hacer un club de lectura gigante!" anunció un día, y así nació su iniciativa, creando un nuevo espacio donde todos, independientemente de su tamaño, pudieran compartir historias.
Y así, Agustín, el niño gigante, se convirtió en un símbolo de unidad y amistad, mostrando que lo diferente puede ser especial, y que la Navidad, bien celebrada, se vive en el corazón de cada uno de nosotros.
FIN.