Agusto y la Aventura de Correr Bajo Alto
Era una tarde soleada en el pequeño pueblo de Altolindo, donde todo parecía calmo y tranquillo. Los niños jugaban en la plaza, pero había uno que siempre miraba desde un rincón. Se llamaba Agusto. Era un chico que soñaba con correr rápido como el viento, pero había algo que lo detenía: era un poco miedoso y creía que no era lo suficientemente alto para correr como los demás.
Un día, mientras Agusto estaba sentado en la sombra de un árbol, escuchó una conversación entre dos chicos.
"Mirá, hoy vamos a hacer la carrera de la alameda. El que gane, ¡tendrá un trofeo brillante!" comentó Julián, el más alto del grupo.
"¡Yo quiero participar!" dijo Valeria, entusiasmada.
Agusto sintió un cosquilleo en su estómago. "¿Y si me animo?"- pensó. Pero rápidamente lo desechó. "No, no puedo. No soy lo suficientemente alto. ¿Cómo voy a ganar?"
Al día siguiente, Agusto se encontró con su amiga Lila en la plaza.
"¿Vas a participar en la carrera?" - le preguntó Lila.
"No, no puedo. No soy alto como Julián," - dijo Agusto, con la cabeza baja.
Lila sonrió y le dijo: "Pero Agusto, correr no se trata solo de ser alto. Se trata de tener valentía y de ¡divertirse!"
Con las palabras de Lila resonando en su mente, Agusto decidió que iba a intentarlo. Se inscribió a la carrera de la alameda, aunque sentía mariposas en el estómago.
El día de la carrera, el parque estaba lleno de gente. Los chicos se alinearon en la línea de salida. "Dale, Agusto, ¡vos podés!" - le gritó Lila desde la multitud.
Cuando la carrera comenzó, Agusto se concentró en sus pies y no en la altura de los demás. Comenzó a correr. Al principio se sintió un poco atrás, pero a medida que avanzaba, comenzó a disfrutarlo.
"¡Mirá cómo corre!" - dijo un chico. "Es más rápido de lo que parece!"
Agusto se dio cuenta de que podía correr. Corrió entre los árboles, sintiendo el viento en su cara. Pero de repente, un gran perro salió de entre los arbustos, ladrando y corriendo hacia él.
"¡Ay, no!" - gritó Agusto.
El perro se acercaba rápidamente. En lugar de asustarse, Agusto recordó las palabras de Lila. "Debo actuar con valentía" - pensó. Así que, en vez de detenerse, aceleró el paso, saltó y pasó por encima del perro. La multitud aplaudió su hazaña.
Al llegar a la recta final, Agusto estaba corriendo más rápido que nunca. Superó a varios amigos, incluido a Julián. Con el trofeo en mente y Lila animándolo, Agusto apretó los dientes y siguió corriendo. En el último momento, pasados un par de metros, logró alcanzar la meta.
"¡Lo logré!" - gritó Agusto, cruzando la línea de llegada.
"¡Felicidades!" - le gritó Lila, corriendo hacia él.
Agusto miró hacia atrás. "¿Dónde está mi trofeo?"
"No lo ganaste! Pero eso no importa. ¡Lo importante es que lo intentaste y te divertiste!" - respondió Lila.
Mientras observaba a sus amigos recoger los premios, Agusto comprendió que la verdadera victoria era haber superado su miedo y haber probado que podía correr, sin importar su altura. Desde ese día, Agusto ya no se sentía pequeño. Sabía que con valentía y determinación, podía lograr grandes cosas.
La historia de Agusto se convirtió en un ejemplo para todos en Altolindo. Así, Agusto y sus amigos comenzaron a correr juntos, cada uno a su propio ritmo, disfrutando de cada paso y venciéndose a sí mismos. Y lo más importante, aprendieron que no importa la altura que uno tenga, lo que realmente cuenta es el tamaño de su corazón y su deseo de nunca rendirse.
FIN.