Aina y la Mariposa Azul
Había una vez, en un pequeño pueblo lleno de flores y risas, una niña llamada Aina. Tenía ocho años y una guardia en su corazón que solo podía igualar el amor que sentía por su abuela. Su abuela era una mujer especial, siempre contándole historias y riendo con ella durante las tardes de mate y galletitas. Pero un día, toda esa felicidad se vio empañada.
La semana empezó como cualquier otra, pero al despertar un miércoles, Aina se dio cuenta de que su abuela no estaba en su sillón favorito, y eso hizo que su corazón se encogiera.
- “Mamá, ¿Dónde está la abuela? ” - preguntó Aina con los ojos llenos de lágrimas.
- “Aina, mi amor…” - su mamá comenzó, con una voz suave - “Ella… ella ha partido.”
Aina no podía entenderlo. Su abuela siempre había sido tan fuerte, tan llena de vida. En ese momento, muchos sentimientos comenzaron a revolotear dentro de ella como un torbellino: tristeza, enfado y confusión.
Pasaron los días y Aina se sentía sola. La risa se había evaporado de su hogar. Su mamá, pero también su papá y su hermano, notaron que algo no estaba bien.
- “Aina, ¿quieres hablar de lo que sientes? ” - le preguntó su hermano mayor, Lucas.
- “No sé…” - Aina se encogió de hombros - “Es todo tan extraño. Extraño a la abuela, pero también me siento enojada porque ya no está.”
Un día, Aina decidió salir al jardín donde solía jugar con su abuela. Sentada en el suelo, recordó las historias que le contaba sobre las mariposas.
- “Siempre estaré a tu lado, en forma de mariposa azul”, le había dicho su abuela antes de que se fuera.
Mientras miraba a su alrededor, algo azul llamó su atención. Una mariposa de un hermoso color azul brillante revoloteaba de flor en flor. Aina sintió que su corazón daba un vuelco.
- “¿Es posible…? ” - murmuró para sí misma. La mariposa se posó en su nariz y Aina no pudo evitar reír.
- “¿Eres tú, abuela? ” - preguntó con una sonrisa entre lágrimas.
De repente, la mariposa voló y se detuvo, como si esperara que Aina la siguiera. Aina, llena de curiosidad y con su corazón latiendo rápido, comenzó a correr detrás de la mariposa, cruzando el jardín y luego, con un impulso vertiginoso, saltando hacia el bosque que estaba justo al lado.
Adentrándose en el bosque, se dio cuenta de que había cosas que no había notado antes: árboles altos cuyos troncos parecían abrazar el cielo, flores en colores vibrantes y el canto alegre de los pájaros.
- “¡Guau! ¡Esto es hermoso! ” - exclamó Aina, y en ese instante, se sintió un poco más ligera.
La mariposa azul giró y giró, llevándola a un claro donde estaba un hermoso arroyo. Allí, Aina se dejó llevar por la emoción y se sentó en la suave hierba.
- “Si solo pudiera hablar un poco más con ella…” - pensó en voz alta.
Justo entonces, escuchó el murmullo del agua. Era como si la abuela hablara a través de las corrientes.
- “Nunca me iré realmente, Aina. Estoy contigo en cada recuerdo, cada emoción y cada mariposa que veas.”
Aina sonrió, sintiendo que las palabras resonaban en su corazón.
Después de un largo rato, decidió que era momento de regresar. Cuando llegó a su casa, sintió la necesidad de compartir lo que había experimentado con su familia.
- “Papá, mamá, ¡Lucas! ¡Vi una mariposa azul y creo que era la abuela! ” - dijo, sintiéndose aliviada.
- “Eso es maravilloso, Aina. Es un recordatorio de su amor” - dijo su papá, abrazándola fuerte.
La familia se reunió y comenzaron a hablar sobre sus propios recuerdos con la abuela. Rieron y compartieron anécdotas que llenaron la casa de luz de nuevo.
- “¿Recuerdan cómo siempre decía que las mariposas son mensajeras? ” - dijo Lucas.
Aina miró a su hermano, sonriendo y sintiendo que, aunque su abuela no estaba físicamente, su amor permanecería vivo en sus corazones.
Desde ese día, cada vez que Aina veía una mariposa azul, sonreía sabiendo que era su abuela diciéndole que siempre estaría a su lado. Aprendió que los sentimientos estaban bien y que compartirlos con su familia la hacía más fuerte. Así, Aina encontró la magia en los recuerdos y la belleza en las mariposas, aunque su corazón todavía extrañaba a su abuela.
Y así, Aina vieó en la calidez del amor que siempre la rodeó, sintiendo que las mariposas eran una señal de que las personas que amamos nunca se van realmente. Todo lo contrario: viven en cada recuerdo, en cada cuento que compartimos y en cada rayo de sol que brilla en nuestros días.
Fin.
FIN.