Ajedrez Arcoíris
Había una vez un niñito llamado Van Gogh, que vivía en un pequeño pueblo donde todos los días despertaba con la luz del sol y las aves cantando. A Van Gogh le encantaba pintar; su habitación estaba llena de cuadros coloridos que mostraban paisajes, juguetes y hasta sus amigos. Sin embargo, su mayor sueño era llenar de color el mundo que lo rodeaba.
Un día, mientras paseaba por el bosque, Van Gogh llegó al imponente Castillo del Rey. Decidió acercarse, atraído por la belleza del lugar. Cuando entró, sus ojos se posaron en un lindo tablerito de ajedrez. Era de un color blanco lustrado, con sus piezas perfectamente alineadas.
"¡Qué tablerito más hermoso!" - exclamó Van Gogh con asombro.
Sin embargo, al mirar más de cerca, sintió que algo le faltaba. Se decía a sí mismo: «creo que le falta un poquito de color». Entonces, con el corazón palpitante de emoción, decidió que debía poner manos a la obra. Buscó entre sus cosas hasta encontrar sus pinceles y pintura.
El niñito no se percató de que había un guardia del castillo observándolo desde la distancia. Cuando comenzó a aplicar sus colores vibrantes al tablero, el guardia se acercó, alarmado.
"¡Detente! ¿Qué haces? ¡Ese ajedrez es propiedad del Rey!"
"Lo siento mucho, señor guardia, pero creo que es hermoso, solo que le falta un poco de color. Voy a hacerlo más bonito, se lo prometo" - respondió Van Gogh con sinceridad.
El guardia no sabía si reír o enojarse. Antes de poder intervenir, apareció una figura majestuosa: era el Rey.
"¿Qué está sucediendo aquí?" - preguntó el Rey, mirando curiosamente al niño y al ajedrez.
"Majestad, este niño estaba pintando su tablero de ajedrez" - explicó el guardia, sin comprender por qué Van Gogh hacía aquello.
El Rey se agachó y observó el tablerito en proceso de transformación. Van Gogh había añadido colores vibrantes a cada casilla y había pintado personajes de cuentos en las piezas.
"¿Y qué te llevó a hacer esto, pequeño?" - inquirió el Rey, intrigado.
"Quería que el ajedrez fuera más divertido, su majestad. A veces, un poco de color puede alegrar a los que juegan" - respondió Van Gogh, esperando que el Rey no se enojara con él.
El Rey sonrió y observó el tablero lleno de vida.
"Tienes razón, niño. El color puede hacer que la gente sonría. De hecho..." - el Rey se detuvo un instante, "¿qué te parece si lo dejamos así?"
Van Gogh no podía creer lo que escuchaba.
"¿De verdad, su majestad?"
"Desde hoy, el ajedrez del castillo será conocido como el Ajedrez Arcoíris. Se jugará con colores y alegría. Además, ¡tú serás su pintor oficial!"
La noticia corrió como la pólvora por el castillo. Desde ese día, el Ajedrez Arcoíris se convirtió en el orgullo del reino. Los habitantes venían a probar suerte, y cada partida era un despliegue de colores y risas. Van Gogh fue invitado a realizar obras para otros locales del castillo, haciendo de su pasión su trabajo.
Con el tiempo, aprendió que no solo los tableros, sino la vida misma podía ser transformada con un poco de color y creatividad. Así, el pequeño artista, que solía soñar con llenar su mundo de color, se convirtió en un símbolo de alegría y esperanza para todos.
Y así, en cada jugada del Ajedrez Arcoíris, los jugadores encontraban no sólo un juego, sino una celebración de la amistad, la creatividad y la vida en su máxima expresión.
FIN.