Akira y los niños solidarios


Había una vez en un pequeño pueblo de Argentina, una perrita llamada Akira. Era una perra muy glotona y siempre estaba buscando comida por todas partes.

No importaba si era carne, pollo o incluso las sobras del almuerzo de los vecinos, ¡Akira lo comía todo! Un día soleado, mientras Akira caminaba por el parque del pueblo, escuchó un ruido proveniente de un árbol cercano. Se acercó curiosa y encontró a un grupo de niños jugando.

- ¡Miren! ¡Es Akira! -exclamó uno de los niños emocionado. Los niños se acercaron a saludar a Akira y le acariciaron su suave pelaje. Pero la perrita solo tenía algo en mente: encontrar algo para comer.

- ¿Tienes hambre, Akira? -preguntó uno de los niños preocupado. Akira movió la cola y asintió con la cabeza. Los niños decidieron ayudarla y juntos comenzaron a buscar comida para ella. Caminaron por el parque hasta llegar al puesto de helados del señor Roberto.

Aunque no era comida para perros, todos sabían que Akira no podía resistirse a nada que tuviera sabor dulce. - Hola señor Roberto, ¿tiene algún helado sin dueño? -preguntó uno de los niños tímidamente.

El amable señor Roberto sonrió y les dio un helado que nadie había comprado todavía. Los ojos de Akira se iluminaron al ver el helado y lo devoró rápidamente. Pero la aventura no terminaba ahí.

Mientras seguían caminando por el pueblo, Akira vio un delicioso aroma que provenía de una panadería. Siguió su olfato y llegó hasta la puerta. - ¡Miren chicos! ¡Hay una bolsa de panes abandonada! -gritó uno de los niños emocionado.

Akira no pudo resistirse y se lanzó sobre la bolsa de panes. Pero en ese momento, apareció el dueño de la panadería, Don Carlos. - ¡Eh, eh! ¿Qué hacen ustedes con mi mercancía? -exclamó Don Carlos enfadado.

Los niños explicaron que solo querían ayudar a Akira porque tenía mucha hambre. Don Carlos miró a Akira con ternura y decidió ser amable. - Está bien, pueden llevarse un par de panes para ella -dijo Don Carlos sonriendo mientras les entregaba algunos panes frescos.

Akira saltaba feliz alrededor del grupo mientras masticaba los panes con alegría. Los niños estaban contentos por haber encontrado comida para su amiga glotona. Pero entonces, algo inesperado ocurrió.

Mientras caminaban cerca de la plaza principal, vieron a un hombre mayor sentado en un banco solitario. Parecía triste y cansado. - ¿Qué le pasa al señor? -preguntó uno de los niños preocupado. Decidieron acercarse para ver si podían ayudarlo en algo.

El hombre les contó que estaba pasando por momentos difíciles y que había perdido su trabajo hacía poco tiempo. Los niños pensaron rápidamente en cómo podrían ayudar al señor. Y fue entonces cuando tuvieron una idea brillante: compartir la comida que habían encontrado con él.

- Señor, tenemos algo para usted -dijo uno de los niños mientras le entregaba una bolsa con panes y helado. El hombre mayor se emocionó al recibir la comida y agradeció a los niños por su generosidad.

Akira, aunque un poco triste por haber perdido su festín, también movió la cola en señal de alegría. Desde ese día, Akira aprendió que compartir es importante y que no siempre podemos pensar solo en nosotros mismos.

Aunque seguía siendo una perra glotona, ahora también era una perra solidaria. Y así, Akira y los niños se convirtieron en grandes amigos. Juntos ayudaron a muchas personas necesitadas del pueblo y demostraron que incluso las mascotas más glotonas pueden aprender a ser generosas.

Y colorín colorado, esta historia ha terminado.

Dirección del Cuentito copiada!