Alaia y el Baile de las Aguas



Había una vez, en una pequeña casa de madera junto a un río cristalino, una niña llamada Alaia. Con solo diez meses de vida, ya mostraba un espíritu curioso y alegre. Desde que podía sostenerse en sus piernas, Alaia disfrutaba de mirar cómo las aves danzaban sobre el agua. "Mama, ¡mira!" decía mientras movía sus manitos imitando el vuelo de las aves.

Su mamá, Rita, se sentaba a su lado con una sonrisa en el rostro.

"¡Eso es hermoso, Alaia! Eres como una pequeña bailarina, ¡un día vas a bailar así también!"

Alaia sonreía, esa idea le encantaba. La música del río, los murmullos de las hojas y el canto de los pájaros la hacían sentir viva, lista para moverse.

Un día, mientras jugaba, Alaia escuchó una melodía suave que venía de un grupo de personas que se habían reunido para celebrar el Festival del Agua en la playa cercana.

"Mama, quiero bailar, ¡quiero ir a la fiesta!" - exclamó.

"Pero, amor, eres muy pequeña todavía..." contestó Rita.

Alaia, en lugar de desanimarse, decidió que iba a encontrar la manera de participar. Así que se arrastró por el suelo hacia el río, donde un grupo de niños jugaban.

"¡Hola!" - dijo Alaia, levantando sus manitos.

"¿Quieres bailar con nosotros?" - preguntó una niña mayor.

"¡Sí!" - gritó Alaia, su carita iluminándose.

Aunque no sabía bailar como ellos, Alaia se movía con energía, riendo y aplaudiendo. Los niños comenzaron a imitarla y pronto todos estaban realizando pequeños pasos de baile, creando una danza improvisada.

Rita observaba desde la orilla.

"Mirá cómo brilla su espíritu, ellos están aprendiendo de ella mientras ella aprende de ellos", pensó.

La fiesta continuó y Alaia, con su entusiasmo, atrajo la atención de los adultos, quienes se unieron al festín de risas y ritmos. La música envolvía todo, el agua danzaba al compás de la alegría que se extendía por la playa.

Al caer la tarde, estaba oscuro, pero el festival seguía. Cuando comenzaron las luces y se encendieron farolitos de colores, Alaia sintió que su corazón palpitaba con fuerza.

"¡Mamá, mira! Están brillando como estrellas!"

"Son hermosos, como vos, Alaia" - contestó su mamá, abrazándola.

Mientras todos bailaban y se reían, la madre de Alaia se dio cuenta de que cada uno de ellos había aprendido algo: no solo se trataba de movimientos, sino de la libertad de expresar la alegría a través del baile.

Así, Alaia, sin entender del todo el poder de su energía, inspiró a los demás a ser libres, a divertirse y a disfrutar del momento. De esa manera, el Festival del Agua se convirtió en una celebración de la felicidad compartida.

Con el tiempo, Alaia siguió disfrutando de su pasión por el baile, y a medida que crecía, se unió a un grupo de danza en el pueblo. Nunca olvidó su conexión con el agua y la naturaleza, y siempre llevaba en su corazón la magia de aquel día en la playa, donde todos aprendieron a bailar juntos.

El amor por la danza de Alaia se volvió contagioso, mostrando que la alegría es el mejor baile que uno puede hacer.

Y así, con una sonrisa y el eco de la música en su alma, continuó bailando por la vida, inspirando a cada paso a ser libres y felices.

FIN.

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