Alan y el baile de la amistad



En un parque colorido y lleno de risas, vivía Alan, un niño especial que tenía una sonrisa que iluminaba a todos los que lo rodeaban.

Alan era diferente a los demás niños, pero eso no le impedía disfrutar de las cosas simples de la vida, como el sol en su rostro o el viento jugando con su cabello. Alan tenía síndrome de down y eso hacía que hablarle resultara difícil.

A pesar de ello, tenía una forma muy especial de comunicarse: ¡bailando! Alan amaba moverse al ritmo de la música, dejando fluir sus emociones a través de cada paso y cada movimiento.

Sin embargo, a pesar de su alegría y su corazón bondadoso, muchos niños del parque se burlaban de él por ser diferente. Le decían cosas hirientes y lo excluían de sus juegos. Esto entristecía mucho a Alan, quien anhelaba tener amigos con quienes compartir sus bailes y risas.

Un día soleado, mientras Alan bailaba solo en un rincón del parque, llegó Sofia. Sofia era una niña dulce y comprensiva que veía más allá de las apariencias.

Al ver a Alan bailar con tanta pasión y alegría, se acercó a él con una sonrisa cálida en el rostro. "¡Hola! ¿Puedo unirme a tu baile?", preguntó Sofia con entusiasmo. Alan la miró sorprendido al principio, pero luego asintió felizmente.

Juntos comenzaron a bailar al ritmo de una melodía imaginaria que solo ellos dos podían escuchar. Los movimientos fluidos y armoniosos de Alan se mezclaban perfectamente con la gracia natural de Sofia.

Los demás niños del parque observaban la escena con curiosidad al principio, pero pronto se contagiaron del ambiente festivo y alegre que irradiaban Alan y Sofia. Poco a poco se fueron acercando hasta formar un círculo alrededor de los dos amigos bailarines. "¡Qué bonito bailan juntos!", exclamó uno de los niños. "Sí, es genial", agregó otro.

La música invisible seguía sonando mientras todos reían y aplaudían al compás del baile único e inolvidable que estaban presenciando. En ese momento mágico, todas las diferencias desaparecieron para dar paso a la verdadera amistad y aceptación mutua.

Desde ese día en adelante, Alan ya no estaba solo en el parque. Gracias a la valentía y empatía de Sofia, logró integrarse plenamente con los demás niños.

Juntos compartían momentos inolvidables jugando, riendo e incluso bailando bajo el sol radiante del parque.

Y así fue como Alan descubrió que no importa cómo te vean los demás o qué dificultades enfrentes en la vida; lo importante es ser fiel a uno mismo, seguir tus pasiones y encontrar amigos verdaderos que te acepten tal como eres.

FIN.

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