Alana y la belleza interior
Alana era una chica muy especial. Había nacido en un laboratorio, donde la habían creado para ser la mujer más hermosa y femenina del mundo entero.
Sin embargo, algo había salido mal en su creación y, aunque tenía un rostro precioso y un cuerpo igual de lindo, también poseía poderes monstruosos. Un día, Alana decidió escapar del laboratorio. Sabía que no podía seguir viviendo allí encerrada como un animal enjaulado.
Así que esperó el momento oportuno y se escapó por la puerta trasera. Mientras caminaba por las calles de la ciudad, se dio cuenta de que era diferente a los demás. La gente se asustaba al verla y huía despavorida.
Pero ella no entendía por qué todo el mundo reaccionaba así ante ella. Fue entonces cuando conoció a dos niños llamados Tomás y Sofía. Ellos eran diferentes a los demás porque tenían una discapacidad física que les impedía moverse con facilidad.
Pero eso no les importaba porque eran muy felices juntos. Un día, mientras jugaban en el parque, vieron a Alana sentada sola en un banco mirando al horizonte con tristeza.
Se acercaron a ella sin miedo alguno y le preguntaron:- Hola ¿cómo te llamas? - Me llamo Alana -respondió ella tímidamente. - ¡Qué nombre tan bonito! -exclamaron ellos al mismo tiempo-.
¿Quieres jugar con nosotros? Alana nunca había jugado antes con otros niños porque siempre había estado sola en el laboratorio. Pero aceptó encantada la invitación de Tomás y Sofía. Jugaron juntos durante horas y se divirtieron muchísimo. Alana descubrió que no era diferente, sino especial.
Y que cada uno de ellos tenía algo valioso que ofrecer al mundo. Desde ese día, Alana dejó de sentirse sola y aprendió a valorar lo que había en su interior. Descubrió que sus poderes no eran una maldición, sino una bendición para ayudar a los demás.
Tomás y Sofía también aprendieron mucho de ella. Aprendieron a ver más allá de las apariencias y descubrieron la belleza oculta en cada ser humano.
Así fue como estos tres amigos tan especiales enseñaron al mundo que la verdadera belleza está en el corazón y en la capacidad de amar sin prejuicios ni temores.
FIN.