Alaya y el Jardín de las Sonrisas



Era un día soleado y alegre en el pequeño pueblo de Esperanza. Alaya, una niña de ojos brillantes y risa contagiosa, despertó con una mezcla de emoción y nerviosismo.

"¿Mamá, hoy empiezo el jardín?" - preguntó Alaya un poco asustada.

"Sí, mi amor. Vas a ver que te va a encantar. Harás nuevos amigos y aprenderás muchas cosas divertidas" - respondió su mamá con una sonrisa cálida.

Alaya se miró al espejo y suspiró. Sabía que le encantaba jugar y hacer amigos, pero la idea de un lugar nuevo la llenaba de dudas. Decidió entonces prepararse y llevó consigo su muñeca favorita, Lila, que siempre le hacía sentir más valiente.

Cuando llegó al jardín, el patio estaba lleno de risas de otros niños.

"Hola, soy Alaya" - dijo tímidamente mientras daba un pasito adelante.

"Yo soy Mateo, vení! Vamos a jugar al juego de la soga" - respondió un niño de grandes ojos azules que la miraba con curiosidad.

Alaya sintió un pequeño cosquilleo en el estómago. Aceptó la invitación, aunque con un poco de reticencia. Pero conforme fue jugando, sus miedos se fueron desvaneciendo. Fue así como conoció a varias nenas y nenes que también llevaban su propia mochila llena de sueños.

Mientras jugaban, la maestra Clara se acercó con una gran sonrisa.

"¡Hola, pequeños exploradores! Hoy empezaremos nuestro viaje en el Jardín de las Sonrisas. ¿Quién quiere descubrir secretos del jardín?"

Todos gritaron al unísono: "¡Yo!". Alaya sintió que su voz también se unía a la de sus nuevos amigos.

A lo largo del día, Alaya y sus compañeros realizaron un montón de actividades: plantaron flores, hicieron dibujos coloridos y crearon historias mágicas. Sin embargo, Alaya notó que había un rincón especial con un hermoso árbol que parecía contar cuentos con su sombra.

"¿Qué hay en ese rincón?" - preguntó Alaya con curiosidad.

"Es el Árbol de los Sueños, es mágico. Si le susurramos nuestros deseos, a veces se hacen realidad" - respondió Mateo.

"¿De verdad?" - dijo Alaya asombrada.

Ese momento fue especial. Alaya se acercó al árbol y susurró con todo su corazón: "Quiero ser valiente y hacer muchos amigos".

Los días en el jardín pasaron volando. Alaya comenzó a sentirse más segura y feliz. Un día, mientras pintaban, su amiga Sofía le preguntó:

"Alaya, ¿te gustaría ayudarte a pintar el mural que haremos en el patio?"

"¡Sí! Eso suena divertido" - respondió Alaya, casi sin pensar.

Trabajaron juntas y empezaron a dibujar un gran sol que iluminaba el jardín. La alegría de crear algo hermoso hizo que Alaya sintiera que podía hacer cualquier cosa.

De repente, un rayo de sol iluminó sus pinturas y todos los niños comenzaron a reír y jugar juntos alrededor del mural.

El último día de la semana, la maestra Clara les dijo:

"Hoy tenemos una sorpresa. ¡Vamos a hacer una fiesta de amigos para celebrar la amistad!"

Alaya podía sentir la emoción en el aire. Todos trajeron algo especial para compartir. Cuando llegó el momento de la fiesta, Alaya con su corazón lleno de alegría se dio cuenta de que ya no tenía miedo. Había aprendido que cada día era una nueva aventura.

Mientras compartían canciones y cuentos, Alaya sintió que el Jardín de las Sonrisas sí era un lugar mágico, y que ella era parte de esa magia.

Al final del día, Alaya abrazó a sus nuevos amigos y les dijo:

"Gracias por ser parte de mi historia. ¡No puedo esperar a ver qué nuevas aventuras nos traen los próximos días!"

Y así, con el corazón lleno de amor y risas, Alaya aprendió que ser valiente era también aceptar que todos pueden ser dulces y tiernos en sus propios caminos.

FIN.

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