Aldo, el perro cumpleañero


Aldo era un perro muy especial. Tenía el pelo suave y brillante de color marrón claro, y unos ojos grandes y redondos que siempre parecían estar llenos de alegría.

Era tan divertido y energético que todos los niños del vecindario lo adoraban. Un día, Aldo estaba jugando en el parque con sus amigos perrunos cuando vio a una niña triste sentada en un banco. Se acercó a ella moviendo la cola, pero la niña apenas lo miró.

"¿Qué te pasa?", preguntó Aldo. La niña levantó la cabeza y suspiró: "Hoy es mi cumpleaños, pero mis padres no pudieron comprar ningún regalo para mí".

Aldo sabía lo importante que eran los cumpleaños para los niños, así que decidió hacer algo al respecto. Corrió hacia su casa en busca de su dueño, Tomás. "Tomás", ladró Aldo emocionado, "necesito tu ayuda". Tomás se sorprendió al ver a Aldo tan entusiasmado.

"¿Qué pasa amigo?""Hay una niña triste en el parque porque no recibió ningún regalo por su cumpleaños. ""Oh eso es muy triste", dijo Tomás preocupado. "¿Podemos hacer algo para ayudarla?" preguntó Aldo con esperanza.

Tomás sonrió agradecido por tener un perro tan ingenioso e inteligente como Aldo. Juntos idearon un plan secreto para darle una gran sorpresa a la niña. Al día siguiente, cuando la niña llegó al parque encontró una caja grande envuelta en papel de regalo rosa y un lazo azul.

Miró alrededor, pero no vio a nadie. "¿Será para mí?", se preguntó la niña emocionada. Abrió el paquete con cuidado y encontró una hermosa muñeca de trapo con vestido blanco y cabello rubio.

Había una nota junto a ella que decía: "Feliz cumpleaños, te queremos mucho". La niña sonrió por primera vez en días. No podía creer que alguien hubiera pensado en ella.

Miró hacia todos lados tratando de encontrar pistas sobre quién había dejado el regalo, pero no había nadie a la vista. Aldo y Tomás estaban observando todo desde lejos, felices porque su plan había funcionado tan bien. "Lo logramos", dijo Aldo moviendo la cola. "Sí, lo hicimos", respondió Tomás orgulloso.

Desde ese día en adelante, Aldo se convirtió en el héroe del vecindario. Todos los niños querían jugar con él y las personas mayores lo saludaban cuando pasaba por la calle.

Pero más importante aún era saber que habían hecho feliz a una niña que estaba triste. Y eso hacía sentir muy bien a Aldo y su dueño Tomás.

Y así es como Aldo aprendió que hacer felices a los demás es uno de los mayores regalos de la vida, incluso si no recibes nada a cambio.

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