Alejandro y el Juguete Mágico



Era una mañana brillante en la escuela primaria del barrio. En el salón del tercer grado, Alejandro, un niño de cabello rizado y una sonrisa pícara, estaba listo para comenzar su día. Pero en lugar de concentrarse en las lecciones, su mente estaba llena de ideas divertidas para jugar y hacer reír a sus compañeros.

-Jugamos a los piratas, ¡por favor! -exclamó Alejandro, mirando a sus amigos que, aunque estaban entusiasmados, sabían que estaban en clase.

-Pero Alejandro, la maestra nos va a retar de nuevo -respondió Luisa, una compañera que siempre seguía las reglas.

-Solo por cinco minutos, ¡después prometo que escucharemos! -insistió Alejandro, mientras sacaba de su mochila un pequeño barco de papel que había hecho la noche anterior.

Mientras Alejandro movía el barco por el escritorio, la maestra Marta, una mujer amable pero firme, entró en el aula. Ella suspiró al ver a los niños distraídos y le pidió a Alejandro que se acercara.

-Alejandro, ¿por qué no usas toda esa energía para ayudar a la clase en lugar de distraernos? -preguntó la maestra.

-Pero... ¡se puede jugar y aprender al mismo tiempo! -protestó Alejandro, mientras trataba de contentar a sus compañeros.

La maestra sonrió levemente. -Te entiendo, Alejandro, pero necesitamos aprender sobre matemáticas hoy. ¿Qué te parecería hacer un juego de matemáticas?

Alejandro miró a sus amigos con una mezcla de sorpresa y emoción. -¿Cómo? ¿Será como un juego de piratas? -preguntó entusiasmado.

-Sí, algo así. Podemos hacer que cada respuesta correcta sea un tesoro, y quien más tesoros tenga al final del juego, ganará. ¿Qué te parece? -propuso la maestra.

-Acepto el reto, maestra Marta. ¡Vamos a buscar los tesoros! -dijo Alejandro con una sonrisa. Así, la maestra comenzó a escribir problemas de matemáticas en la pizarra, y los estudiantes hacían sus esfuerzos por resolverlos, con la misma energía que minutos antes habían destinado para jugar.

-¡Correcto, es un tesoro! -gritó la maestra cuando su alijo de respuestas empezó a aumentar.

Con cada respuesta correcta, Alejandro estaba más emocionado. Él no solo estaba ganando tesoros, sino que estaba emocionando a todos sus compañeros, quienes se animaban a levantar la mano para participar.

Sin embargo, en medio del juego, un compañero nuevo, Mateo, que era muy tímido, no se atrevía a participar.

-Alejandro, creo que a Mateo le gustaría jugar, pero no se anima -susurró Luisa.

Sintiéndose responsable, Alejandro se acercó a Mateo. -¡Mateo! Vení a jugar con nosotros. ¡Podés ser nuestro mejor bucanero! -lo alentó.

Mateo, al principio dudó, pero la invitación de Alejandro le dio confianza. -Está bien, pero… no sé si me sale -dijo en voz baja.

-No importa, ¡lo importante es participar! -exclamó Alejandro. -Vamos a resolverlo juntos, ¿sí?

Con la ayuda de sus nuevos amigos, Mateo comenzó a sentirse más cómodo y poco a poco fue levantando la mano para responder.

El juego continuó, y al final de la clase, todos se llevaron una bolsa de “tesoros” que la maestra les había preparado: pequeños dulces y stickers. Pero lo más valioso fue que todos se habían divertido y habían aprendido a sumar y restar mientras jugaban.

-¿Ves Alejandro? -dijo la maestra al final de la clase. -A veces, la diversión y el aprendizaje pueden ir de la mano.

Alejandro sonrió orgulloso. -¡Soy un pirateador de tesoros matemáticos! -exclamó mientras levantaba su bolsa llena de dulces en celebración.

A partir de ese día, Alejandro aprendió que podía jugar y divertir a sus compañeros, pero también debía encontrar maneras de hacerlo mientras ayudaba a todos a aprender. Cada vez que un nuevo tema se presentaba, se encargaba de involucrar a sus amigos, convirtiendo las lecciones en divertidos juegos educativos.

Y así, Alejandro no solo se ganó el cariño de sus compañeros, sino que también se convirtió en un líder en su salón, enseñando a otros que aprender no tiene que ser aburrido y que cada uno puede contribuir a que la clase sea un lugar divertido.

FIN.

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