Alejandro y el Torneo Pokémon



Era un día soleado en la ciudad de Buenos Aires. Alejandro, un niño de diez años, se preparaba para salir al parque. Desde bebé había sido diagnosticado con neurofibromatosis, pero eso no lo había detenido. Su pasión por el fútbol y los cromos Pokémon llenaban sus días de alegría.

- ¡Vamos, Alejandro! - gritó su mamá, mientras lo esperaba en la puerta.

- ¡Ya voy, mami! - respondió él, ajustándose la gorra de su equipo.

Una vez en el parque, sus amigos lo recibieron con gritos de emoción.

- ¡Ale! ¡Te estábamos esperando! - exclamó Lucas, su mejor amigo.

- Vamos a jugar un partido de fútbol, ¿te parece? - sugirió Sofía.

- ¡Sí! - respondió Alejandro, mientras corría hacia la cancha.

Alejandro siempre había sido el más rápido en el campo. Aunque a veces se cansaba un poco más rápido que sus amigos, nunca se dejaba vencer. Después de una intensa tarde de juego, el grupo se sentó a descansar en la sombra de un árbol.

- Che, ¿vieron el nuevo torneo de cromos Pokémon? - dijo Sofía, sacando su álbum de Pokémon.

- ¡Sí, escuché que el campeón recibe un montón de premios! - exclamó Lucas.

- Yo quiero participar, pero... no tengo suficientes cromos - murmuro Alejandro, mirando su álbum medio vacío.

- ¡No te preocupes! - le dijo Lucas. - Podemos intercambiar. Yo tengo algunos repetidos que no necesito.

- ¡Genial! - respondió Alejandro, emocionado. - Después del partido, hacemos un intercambio.

Pasaron las semanas, y llegó el día del gran torneo de cromos Pokémon. Alejandro y sus amigos estaban nerviosos y emocionados. Se encontraron en el parque, cada uno trayendo sus mejores cromos para intercambiar.

- ¡Este es el momento! - dijo Sofía, mientras miraba su álbum con ansiedad.

- Sí, pero... ¿y si no conseguimos buenos cromos? - preguntó Alejandro, un poco preocupado.

- No te angusties, Ale. Lo importante es participar y divertirnos - le animó Lucas.

Finalmente, llegó el día del intercambio. El parque se llenó de niños con sus álbumes de Pokémon, gritando y riendo mientras mostraban sus cromos. Alejandro se sintió un poco tímido al principio, pero la emoción lo invadió. Pronto se olvidó del miedo y comenzó a intercambiar con entusiasmo.

- ¡Intercambio! - gritó un niño mayor. - ¡Te doy este Mewtwo por ese Charizard! - Alejandro dudó, pero luego sonrió.

- ¡Hecho! - respondió, entregando su cromo favorito.

De repente, se dio cuenta de que no solo había conseguido buenos cromos, sino que estaba haciendo nuevos amigos.

- ¡Es increíble! - dijo Alejandro, mientras admiraba su álbum lleno de nuevos cromos. - Nunca pensé que jugar a cambiar cromos sería tan divertido.

Pero cuando el torneo terminó, Alejandro se sintió un poco triste.

- ¿Qué pasa, Ale? - preguntó Sofía.

- Creo que me he olvidado de un cromo muy especial - contestó, apenado. - Un cromo que me regaló mi abuelo...

- ¡No te preocupes! - lo animó Lucas. - Podemos buscarlo juntos.

Así, Alejandro y sus amigos comenzaron a recorrer el parque, revisando cada rincón. Había cromos por todas partes, pero el especial no aparecía. Cuando estaba a punto de rendirse, vio algo entre las hojas.

- ¡Miren! - gritó, corriendo hacia el lugar. - Allí está...

- ¡Guau! - exclamaron sus amigos al ver el cromo reluciente en las hojas secas.

- Gracias a todos por ayudarme - dijo Alejandro, sentimentado.

Regresaron todos juntos a casa con sus álbumes llenos y corazones contentos.

- ¿Ves, Ale? No importa si a veces te cuesta un poco más; siempre encontrarán una manera de apoyarte - le dijo su mamá al recibirlo en casa.

- ¡Sí! Lo sé, mami. Gracias por estar siempre a mi lado - sonrió Alejandro, pensando en todo lo que había logrado y en la diversión que había vivido.

Esa noche, mientras se acomodaba para dormir, Alejandro sonrió al pensar en lo amigos y en lo que les depararía el futuro:

- ¡Mañana será otro gran día! - susurró, sumido en dulces sueños de cromos y goles.

FIN.

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