Alejo y el Campo Misterioso
Era un hermoso día de primavera cuando Alejo decidió aventurarse a explorar el vasto campo que se extendía detrás de su casa. El sol brillaba en lo alto y el canto de los pájaros acompañaba sus pasos. - ¡Hoy va a ser un gran día! - se dijo mientras saltaba por entre las flores.
Sin embargo, mientras corría tras una mariposa de colores, Alejo no se dio cuenta de lo lejos que había llegado. Cuando miró a su alrededor, todo parecía diferente. - ¡Oh no! ¿Dónde estoy? - se asustó.
A su alrededor, solo había hierba alta y coloridas flores que se movían con el viento. Para Alejo, parecía que el tiempo se había detenido. - Bueno, no hay que entrar en pánico, solo hay que encontrar el camino de vuelta - se dijo, intentando calmarse.
Con ese pensamiento, comenzó a caminar. Después de un rato, se sintió un poco más tranquilo. Mientras caminaba, se encontró con un conejo que lo miraba curioso. - ¡Hola, pequeño conejo! ¿Podrías ayudarme? Me he perdido - le dijo Alejo.
El conejo, que se llamaba Ramón, movió sus orejas y respondió - ¡Claro que sí! Pero primero, ¿podrías ayudarme a encontrar unas zanahorias que se perdieron? Son muy importantes para mi familia.
- Está bien, Ramón. Te ayudaré. Pero luego, necesito que me muestres el camino a casa. - aceptó Alejo.
Ambos comenzaron a buscar entre los arbustos y las flores. Después de un rato, encontraron un pequeño grupo de zanahorias escondidas bajo un montón de hojas. - ¡Mirá! ¡Aquí están! - exclamó Ramón emocionado.
- ¡Qué suerte! - respondió Alejo. - Ahora que ayudamos a tu familia, ¿puedes llevarme a casa? - Claro que sí, Alejo. Solo sigue mis pasos. - dijo Ramón, y comenzó a saltar delante de él.
Sin embargo, mientras caminaban, de repente, apareció un pájaro grande y brillante que los miraba desde una rama. - ¡Alto! ¿Dónde creen que van con todo ese alboroto? - preguntó el pájaro, que se llamaba Gerardo.
- ¡No queremos entrar en problemas! Solo estamos buscando cómo volver a casa - dijo Alejo, asustado.
- ¿Por qué no me muestran esas zanahorias, y tal vez yo pueda ayudar? - sugirió Gerardo mientras se acercaba curiosamente.
Alejo y Ramón se miraron, un poco inseguros. - Bueno, aquí están. ¡Esperamos que les gusten! - dijo Alejo, extendiendo las zanahorias hacia el pájaro.
Gerardo miró las zanahorias y sonrió. - ¡Son deliciosas! Como recompensa, los ayudará a encontrar el camino de vuelta a la casa de Alejo. - Y así, él voló hacia adelante, guiándolos con su canto melodioso.
Mientras avanzaban, se encontraron con otros animales que se unieron a su aventura, cada uno aportando algo especial. Había una tortuga llamada Teodoro, que ofreció su sabiduría y les enseñó a observar el cielo para saber en qué dirección ir. - Si miran las nubes, pueden saber el rumbo del viento. El viento siempre lleva a casa - explicó Teodoro.
También se unió a ellos una ardilla traviesa llamada Sofía, que les enseñó a trepar árboles para tener una mejor vista del campo. - Desde aquí arriba, podemos ver todo mucho mejor. ¡Miren esas colinas! - gritó Sofía emocionada.
Después de un rato de caminar, saltar y trepar, Alejo se dio cuenta de que no solo había encontrado amigos, sino que también aprendió algunas cosas nuevas. - ¡Qué divertido es explorar con ustedes! - se rió mientras todos se detenían a descansar.
Finalmente, después de una larga jornada llena de trabajos en equipo y risas, llegaron a un lugar que Alejo reconocía. - ¡Miren! ¡Es el árbol grande cerca de mi casa! - gritó con alegría.
- ¡Lo hicimos! - celebró Ramón, mientras todos daban saltos de felicidad.
Gerardo se detuvo y les dijo. - Recuerden siempre que no importa cuán perdido se sientan, siempre hay apoyos que pueden encontrar, ¡y es importante ayudarse unos a otros! - concluyó el pájaro.
- ¡Lo prometemos! - gritaron todos al unísono.
Con el corazón lleno de gratitud, Alejo se despidió de sus nuevos amigos, prometiendo visitarles pronto. Al llegar a casa, miró hacia atrás y sonrió. - Los mejores días son aquellos que compartimos con amigos, y siempre podemos aprender algo nuevo en el camino. - reflexionó Alejo para sí mismo, mientras el sol se ponía sobre el horizonte, llenando el cielo de colores cálidos, igual que su corazón.
FIN.