Alfonso, el héroe del silencio



Era un día soleado en la escuela de Alfonso, un chico de nueve años que tenía una discapacidad auditiva. Aunque era un niño feliz, a veces se sentía solo porque no podía comunicarse fácilmente con sus compañeros. Los demás chicos a menudo hablaban entre ellos, compartían secretos y se reían, pero Alfonso, que usaba audífonos, escuchaba el murmullo de las voces sin poder entenderlas del todo.

Una mañana, la maestra Mariela anunció un nuevo proyecto en clase: "Vamos a formar grupos para hacer una presentación sobre nuestras habilidades y talentos. ¿Quién quiere empezar?" Todos comenzaron a hablar y a levantarse de sus asientos, pero Alfonso sólo podía mirar a su alrededor, sintiéndose poco a poco más aislado.

Cuando formaron los grupos, Alfonso se encontró en el mismo grupo que Ana, un día brillante y carismático que le encantaba cantar. Ana siempre estaba sonriendo y tenía un gran corazón. Ella había visto que Alfonso parecía un poco triste y decidió acercarse.

"Hola, Alfonso! ¿Te gustaría unirte a nuestro grupo?" - le preguntó Ana.

Alfonso sonrió, contento, pero no podía responder con palabras. En cambio, asintió con la cabeza. Ana se sentó a su lado y, al ver que Alfonso seguía sin hablar, comenzó a tener una idea.

"Sabés, me encantaría que pudiéramos comunicarnos de otra manera. ¿Te gustaría que aprendiera algunas señas para hablar contigo?" - le dijo Ana con entusiasmo.

Alfonso estaba sorprendido. Nadie había intentado comunicarse con él de esa manera antes. Emocionado, asintió nuevamente, y ese fue el comienzo de una nueva amistad.

Durante las siguientes semanas, Ana y Alfonso comenzaron a aprender el lenguaje de señas juntos. Ana se dio cuenta de que no solo era divertido, sino que también le daba una nueva forma de expresarse. A medida que iban aprendiendo, los otros compañeros comenzaron a mirar con curiosidad.

"¿Qué están haciendo?" - preguntó Tomás, un chico del fondo de la clase.

"Estamos aprendiendo el lenguaje de señas. Quiero poder hablar con Alfonso" - explicó Ana.

"Eso es genial. ¿Puedo aprender también?" - dijo Tomás, moviendo las manos de manera torpe pero decidida.

Lo que comenzó como un simple proyectito entre Ana y Alfonso, pronto se convirtió en un movimiento en la clase. Más y más compañeros empezaron a unirse, y la maestra Mariela decidió hacer de esto una actividad oficial en la escuela. Comenzaron a organizar clases de lenguaje de señas y todos estaban emocionados por aprender algo nuevo.

El día de las presentaciones se acercaba y todos estaban ansiosos. Ana, Alfonso, Tomás y el resto de su grupo decidieron que su presentación sería un pequeño espectáculo donde cada uno mostraría sus talentos utilizando el lenguaje de señas.

El día de la presentación, Alfonso sintió un cosquilleo en el estómago mientras subía al escenario con sus amigos. Había ensayado muchas veces y sabía que podía hacer esto. Juntos, comenzaron a actuar, Alfonso se sintió vivo mientras expresaba su habilidad para dibujar través de las señas, y Ana acompañó cantando en silencio.

Después de la presentación, toda la clase estalló en aplausos. Los compañeros de Alfonso lo miraron con admiración.

"¡Fue increíble!" - exclamó Tomás, con los ojos brillando de emoción.

"¡Alfonso, sos un genio!" - agregó Ana mientras le daba un abrazo.

En ese momento, Alfonso comprendió que ya no se sentía solo. Sus compañeros no solo lo aceptaban, sino que lo valoraban por lo que era.

A partir de ese día, el lenguaje de señas se convirtió en una parte fundamental en la interacción de la clase. Todos aprendieron que comunicarse va más allá de las palabras, y que la amistad puede tener múltiples formas.

Alfonso dejó de sentirse aislado y encontró en sus compañeros una familia. Juntos demostraron que la inclusión y el aprendizaje mutuo pueden transformar no solo a una persona, sino a toda una comunidad.

FIN.

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