Aliados en Egipto



Había una vez en el antiguo Egipto, en medio del desierto y las pirámides, un joven faraón llamado Tomás. Tomás tenía solo 11 años, pero a pesar de su corta edad, era valiente y curioso.

Un día, mientras exploraba una cueva secreta en busca de tesoros escondidos, logró escapar de unos peligrosos túneles y salir a la luz del sol. - ¡Vaya aventura! -exclamó Tomás mientras se sacudía el polvo de su túnica real.

En ese momento, alguien se acercó corriendo hacia él. Era Ricardo, un niño pirata de la misma edad que nunca antes había visto a otro niño como Tomás. - ¡Hola! ¿Quién eres? -preguntó Ricardo con entusiasmo.

- Soy Tomás, el faraón de estas tierras. ¿Y tú? - ¡Soy Ricardo, un intrépido pirata en busca de emocionantes aventuras! Tomás quedó sorprendido al conocer a alguien tan diferente a él pero al mismo tiempo tan valiente y decidido.

Decidieron unir fuerzas para explorar juntos el antiguo Egipto y vivir mil aventuras. Durante días recorrieron desiertos, cruzaron ríos y descubrieron templos perdidos. Se convirtieron en grandes amigos y compartieron risas y secretos bajo las estrellas del cielo egipcio.

Sin embargo, llegó un día en que tuvieron que separarse. Cada uno tenía un destino diferente que seguir: Tomás debía regresar a su palacio para gobernar sabiamente sobre su pueblo; mientras que Ricardo necesitaba surcar los mares en busca de nuevas tierras por conquistar.

- ¡Amigo mío! Es hora de decirnos adiós -dijo Tomás con nostalgia en su voz-. Siempre recordaré nuestras aventuras juntos. - Yo también te recordaré siempre, querido amigo -respondió Ricardo con una sonrisa triste-.

Pero sé que nuestros caminos se volverán a cruzar algún día. Con lágrimas en los ojos pero con el corazón lleno de gratitud por haberse conocido, se despidieron prometiéndose amistad eterna.

Cada uno siguió su camino con valentía y determinación, sabiendo que siempre llevarían consigo el recuerdo de aquella increíble amistad nacida entre un faraón y un pirata.

Y así fue como Tomás aprendió que la verdadera amistad no entiende de diferencias ni distancias; que los lazos del corazón pueden superar cualquier obstáculo si se cultivan con cariño y respeto mutuo.

Y Ricardo comprendió que la valentía no solo reside en enfrentarse a peligros desconocidos, sino también en saber decir adiós cuando es necesario seguir adelante hacia nuevos horizontes llenos de promesas por cumplir.

FIN.

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