Alma Pucheta y el Dragón de las Montañas



Era un día soleado en el pequeño pueblo de Valle Verde. Alma Pucheta, una niña curiosa de mil preguntas, decidió aventurarse más allá de las colinas que rodeaban su hogar. Con su gorra de exploradora y su notebook de dibujos, salió en busca de un nuevo descubrimiento.

Mientras caminaba, escuchó un sonido extraño viniendo de un lado. "¿Qué será eso?" pensó, y siguió el eco de un rugido distante, que parecía provenir de las montañas. Después de varios minutos de caminata, Alma llegó a una cueva monumental. La entrada estaba cubierta por un manto de hojas y lianas.

"¡Increíble!" exclamó Alma. Se acercó lentamente a la cueva y, con un poco de valentía, comenzó a explorar su interior. La cueva era oscura, pero tenía destellos de algo brillante en el fondo. Alma encendió su linterna y avanzó.

De repente, un gran dragón de escamas verdes y doradas apareció frente a ella. Alma dio un salto hacia atrás, pero el dragón sonrió ampliamente.

"¡Hola! No tengas miedo, soy Drago, el dragón guardián de esta montaña. ¿Quién eres tú?"

"Soy Alma Pucheta y vine a explorar. Nunca había visto un dragón antes. ¡Eres muy lindo!"

Drago comenzó a reírse, una risa profunda y cálida.

"Gracias, Alma. La mayoría de la gente me teme, pero no deberían. Vine a cuidarla. Aquí guardo los secretos de la montaña y el conocimiento de la naturaleza. ¿Te gustaría conocerlos?"

Alma, intrigada, asintió.

"¡Sí!"

Drago llevó a Alma a una sala llena de cristales, cada uno brillando con colores intensos.

"Cada uno de estos cristales representa un ecosistema de la montaña", explicó Drago.

Alma se acercó a uno que brillaba en tonos de azul.

"¿Qué ecosistema es este?" preguntó.

"Este es el lago azul, hogar de criaturas mágicas que ayudan a mantener el agua limpia. Si cuidamos de ellos, cuidamos del agua. Cada uno de nosotros, desde el más pequeño hasta el más grande, tiene un papel en equilibrio de la naturaleza".

Alma miró maravillada.

"Yo quiero ayudar a cuidar nuestro lago y a las criaturas que viven allí también. ¿Cómo puedo hacerlo?"

Drago sonrió.

"Te enseñaré un hechizo mágico para que recuerdes la importancia de proteger la naturaleza. Repítelo conmigo: ‘Un árbol, un río, un destino cuidado…” Al pronunciar la última palabra, los cristales comenzaron a resplandecer aún más.

Alma sintió una energía especial.

"¡Lo haré! Pero… ¿qué pasa si la gente no me cree sobre el dragón?"

Drago se rascó la barbilla con su garra.

"Siempre habrá quienes duden. Pero si actúas, así como hablas, tus acciones hablarán más fuerte que tus palabras. Comparte tus hallazgos, tus dibujos y lo que aprendas. A veces las verdades más grandes borran el miedo con la curiosidad y el amor".

Alma llenó su cuaderno con dibujos de los ecosistemas, notas sobre la importancia de cuidar la naturaleza y, por supuesto, un gran retrato de su nuevo amigo Drago.

Cuando se despidieron, Drago la miró con cariño.

"Siempre estaré aquí en la montaña, Alma. Recuerda que el poder de cambiar el mundo empieza por cuidar lo que amas".

Alma se fue llena de energía y nuevas ideas. Regresó a su pueblo y comenzó a hablar con sus amigos y familiares sobre el lago, los árboles y sus criaturas. Pronto, todos se unieron en una gran aventura para limpiar el lago y plantar árboles.

Con el poder de sus acciones, el pueblo de Valle Verde se convirtió en un lugar más hermoso y unido. La historia de Alma Pucheta y el Dragón se fue contando de boca en boca, inspirando a muchos a cuidar la tierra. Y aunque algunos aún dudaban de la existencia de un dragón, todos creían firmemente en la importancia de proteger el mundo en el que vivían.

Y así, la curiosidad y el amor por la naturaleza de Alma Pucheta se convirtieron en un legado que perduró en el tiempo, lleno de aventuras y magia, incluso sin la presencia de un dragón. Pero, en su corazón, siempre guardó la esperanza de volver a encontrarse con su amigo en la montaña.

Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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