Alma y el Premio Perdido
Había una vez, en un pequeño pueblo costero, una talentosa nadadora llamada Alma. Desde muy chica, Alma soñaba con competir en grandes torneos y ganar medallas. Se levantaba al amanecer para practicar en la piscina y, por las noches, visualizaba cómo su nombre era anunciado en el podio. Su mayor deseo era ganar el prestigioso premio de la Copa de Aguas Claras, un torneo que se celebraba cada verano y al que asistían los mejores nadadores del país.
El día de la competencia, Alma llegó al lugar llena de emoción. Había entrenado arduamente y se sentía lista para dar lo mejor de sí. Todo el pueblo la apoyaba, incluso su mejor amiga, Mia, que siempre le decía:
"¡Alma! ¡Estoy segura de que vas a ganar! ¡Tienes que hacerlo por nosotros!".
La competencia comenzó. Alma nadó con todo su corazón, esforzándose al máximo. Cada vez que sumergía sus brazos en el agua, sentía que volaba. Pero al final de la carrera, cuando salió del agua, ocurrió algo inesperado. La jueza anunció:
"La ganadora de la Copa de Aguas Claras es Juliana que hizo un tiempo récord".
Alma no podía creer lo que estaba escuchando. Se sentó en el borde de la piscina, sintiendo que el mundo entero se desmoronaba a su alrededor.
"No puede ser..." murmuró Alma, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.
Mia se acercó y la abrazó.
"No te preocupes, Alma. Lo hiciste increíble, y ya sabemos que eres una gran nadadora. Tal vez no hayas ganado, pero tus esfuerzos son lo que realmente cuentan".
Alma sonrió débilmente, pero dentro de ella había una sensación de derrota. Esa noche, no podía dormir, se sentaba en su cama pensando en todo lo que había pasado. Sin embargo, al amanecer, decidió que no iba a dejar que un premio perdido la desanimara. Caminó hacia la playa y se sumergió en el agua. Nadó y nadó, sintiéndose libre y feliz.
Poco después, mientras nadaba, se encontró con un grupo de niños que estaban aprendiendo a nadar. Los veía esforzarse, intentando mantenerse a flote. n
"Hola, chicos. ¿Necesitan ayuda?" les dijo Alma con una sonrisa.
Los niños asintieron con entusiasmo.
"¡Sí! No sabemos cómo hacer un giro!".
Alma se acercó a ellos y comenzó a enseñarles. Cada vez que uno de los niños lograba hacer bien un movimiento, sus rostros se iluminaban y eso llenaba de alegría a Alma. En ese instante, se dio cuenta de que había algo más valioso que ganar un premio: ayudar a otros a aprender y mejorar.
Con el paso de los días, Alma se dedicó a entrenar a esos niños, disfrutando cada momento. Se volvió una mentor, y mientras les enseñaba, también aprendió de ellos, recibiendo cariño y aprecio.
El día del cierre del verano, el pueblo organizó una pequeña ceremonia para reconocer a Alma por su dedicación y esfuerzo en fomentar el amor por la natación entre los más pequeños. El alcalde le entregó un diploma que decía:
"Premio a la mayor inspiración".
"¿Ves, Alma? No necesitas un trofeo para ser grande. ¡Tu verdadero premio está en el corazón de los demás!" le dijo Mia.
Con una sonrisa brillante, Alma comprendió que, aunque había perdido una competencia, había ganado algo aún más importante: amigos, experiencias y la satisfacción de haber hecho una diferencia en la vida de otros.
Desde aquel día, Alma siguió entrenando, no solo por sí misma, sino también para todos los niños que alguna vez soñaron con nadar como ella. Así, aprendió que la verdadera victoria no siempre significa estar en el primer lugar, sino tener la capacidad de inspirar y compartir con los demás. Y cada vez que se zambullía en el agua, recordaba que los momentos felices no tienen precio.
Y así, Alma, la nadadora profesional, se convirtió en un símbolo de perseverancia y generosidad en su pequeño pueblo costero.
FIN.