Alma y la Amistad Inesperada



Alma era una niña llena de sueños y anhelos. Siempre anheló tener una mejor amiga, con quien compartir risas, secretos y aventuras. Cada día, después de la escuela, se imaginaba jugando en el parque, subiendo a los toboganes y compartiendo un helado a la sombra de un árbol. Sin embargo, había algo que la hacía sentir solita: su vida transcurría con su mamá en casa, pero papá viajaba mucho por trabajo y en el colegio no lograba hacer una conexión cercana con sus compañeras.

Un día, mientras jugaba en su habitación, su mamá le dio una noticia sorprendente.

"¡Alma! Vas a tener una hermanita. En unos meses, tendrás una compañera para jugar."

Alma sintió una mezcla de felicidad y confusión. Eran emociones nuevas que jamás había experimentado.

"¿Una hermanita?" – preguntó curiosa.

"Sí, se llamará Luna. ¿No te emociona?"

Aunque estaba contenta por la noticia, Alma no podía evitar pensar que, con la llegada de Luna, tal vez nunca tendría una mejor amiga. En su cabeza, las amigas eran siempre de su misma edad, y Luna sería un bebé que no podría jugar.

Los meses pasaron volando, y un día, la mamá de Alma llegó a casa con una pequeña en brazos. Era Luna, la nueva integrante de la familia.

"¡Mirá Alma, es tu hermana!" – dijo su mamá con alegría.

Al principio, Alma estaba fascinada con su hermanita. La miraba mientras dormía y le hablaba, pero pronto se dio cuenta de que Luna no podía jugar; solo comía, dormía y lloraba.

"No es justo, Luna no sabe jugar..." – se quejaba Alma, decepcionada.

Un día, mientras jugaba sola en su habitación, decidió crear una historia. De repente, una idea brillante cruzó su mente. Podía inventar una amiga imaginaria y compartírsela a Luna cuando creciera. A partir de ese instante, cada día, Alma le contaba cuentos a Luna y la incluía en sus aventuras.

"Esta vez, vamos a viajar al espacio." – le decía Alma mientras imaginaban cohetes y estrellas.

Pasaron los meses, y Alma comenzó a notar que Luna, aunque todavía era un bebé, empezaba a hacer sonrisas, a dar sus primeros pasos y a balbucear palabras. A veces, cuando Alma la veía reír, se olvidaba de su deseo de una mejor amiga. Se dio cuenta de que su hermana ya le ofrecía algo especial: era conexión, amor y compañía.

Una tarde, mientras jugaban en el jardín, Alma decidió llevar a Luna a la casa del árbol que había construido con su papá.

"¡Ven! Te voy a mostrar mi lugar favorito. ¡Es mágico!" – exclamó Alma.

Luna miraba con curiosidad, subiendo los escalones tras de su hermana. Cuando llegaron, el viento sopló suavemente, y Alma sugirió hacer una promesa.

"Hagamos una promesa, Luna. Siempre seremos amigas, pase lo que pase." – dijo mientras entrelazaban sus dedos.

Poco a poco, Alma se dio cuenta de que, a medida que Luna crecía, su relación también se volvía más fuerte. Compartían risas, juegos, y muchos momentos especiales. Aunque no podía ir a la escuela con ella, sabían que cada día había algo nuevo para aprender juntas. La vida no era como Alma había imaginado, pero tampoco podía ser mejor.

Un día, Luna trajo a casa un nuevo amigo, un chico llamado Nicolás, y le pidió a Alma que jugara con ellos.

"Mirá, tengo un amigo. ¡Ven a jugar con nosotros!" – exclamó Luna, llenando el aire de alegría.

Alma se dio cuenta de que podía hacer amigos, y que no necesitaba una sola mejor amiga; podía tener muchas.

"Está bien, juguemos juntos. Pero primero, yo soy la capitana de la nave." – dijo Alma, sonriendo.

Y así, cada día, en su casa, en el parque o en su habitación, vivieron aventuras interminables, llenas de personajes, historias y risas. Muchas veces eran sólo ellas dos, otras veces se sumaban amigos, pero lo que comenzó como un sueño por una mejor amiga se transformó en algo aún más especial: una hermandad inquebrantable, porque ser hermanas significaba ser las mejores amigas del universo.

A partir de aquel día en la casa del árbol, Alma comprendió que la vida no siempre se desarrolla conforme a un plan, pero siempre puede ofrecer sorpresas maravillosas.

FIN.

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