Amador, el Chico Dinosaurio
Era una vez en un colorido pueblo donde todos los días sucedían cosas extraordinarias. En medio de risas y juegos, vivía Amador, un pequeño dinosaurio que a simple vista parecía un niño más. Tenía escamas verdes, grandes ojos curiosos y una cola que a menudo tropezaba con todo. A pesar de su apariencia, Amador siempre soñaba con ser un dinosaurio verdadero y fuerte, como las criaturas que había visto en sus libros.
Un día, mientras jugaba en el parque con sus amigos humanos, Amador se dio cuenta de que todos estaban muy entusiasmados por la fiesta de disfraces del día siguiente. Esa noche, mientras se preparaba para dormir, pensó que tal vez podría ser un dinosaurio auténtico, al menos por un día. Así que se le ocurrió hacer un disfraz increíble.
Cuando llegó la mañana de la fiesta, Amador se despertó con la idea de construir un disfraz que luciera tan real que todos pensaran que era un dinosaurio de verdad. Se pasó toda la mañana reuniendo cartones, pegatinas y papeles de colores. Finalmente, se miró en el espejo y sonrió. Su disfraz de dinosaurio era magnífico.
Al llegar a la fiesta, todos los niños aplaudieron y exclamaron:
- ¡Wow, Amador! ¡Sos el mejor dinosaurio que hemos visto! -
Amador se sintió orgulloso, pero pronto se dio cuenta de que su disfraz, aunque lindo, no podía hacerlo volar ni correr tan rápido como un verdadero dinosaurio. A pesar de todo, decidió disfrutar de la fiesta, pero en su corazón había un pequeño sentimiento de tristeza.
Sin embargo, la diversión no tarde en llegar. En medio de toda la alegría, una pelota se salió del parque y rodó hacia la calle. Los niños comenzaron a gritar:
- ¡Ay no, la pelota! -
Amador, sin pensarlo, sintió que su corazón latía fuerte. Corrió hacia la calle, y aunque su disfraz de dinosaurio le impedía correr rápido, fue el primero en llegar a la pelota. Con un salto, aunque torpe, logró atraparla con su cola. Todos lo miraron asombrados.
- ¡Increíble, Amador! - gritó Lucía, su mejor amiga. - ¡Eres más valiente que un dinosaurio! -
Ese incidente hizo que Amador se sintiera más fuerte y valioso. Ya no le preocupaba no ser un dinosaurio de verdad. Había demostrado que la valentía y la amistad eran más importantes que lucir como uno.
Después de esa aventura, Amador siguió disfrutando de la fiesta y terminó ganando el premio al "mejor disfraz".
Al final de la jornada, mientras todos se despedían entre risas y abrazos, Amador comprendió que ser diferente no significaba ser menos. Y que, aunque a veces se sintiera como un chico dinosaurio en un mundo de humanos, tenía su propia fortaleza.
Desde ese día, Amador no solo decidió usar su disfraz en las fiestas, sino que también se convirtió en el defensor de los niños en los juegos. Cada vez que había que atrapar la pelota o animar a otros, siempre estaba ahí, listo con su energía y coraje. Todo el mundo en el pueblo lo amaba, y siempre recordaban que no se necesita ser como los demás para ser especial.
Así, el pequeño Amador, el chico dinosaurio, aprendió que no importa cómo luzcas, lo que cuenta es el valor de tu corazón y el cariño que das a quienes te rodean. Y así, a lo largo de los años, cada vez que los niños veían el disfraz de Amador, los inspiraba a ser valientes y a conocer su verdadero potencial, sin importar lo distintos que fuesen.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.