Amaia en la fosa de clavados
Una soleada mañana de primavera, Amaia, una niña de diez años, decidió que quería aprender a clavados. Desde hacía tiempo, observaba fascinada a los clavadistas en su pileta local, donde hacían saltos acrobáticos en el aire antes de caer graciosamente al agua. Sin embargo, su corazón latía un poco más rápido cada vez que pensaba en dar el primer paso.
Amaia se acercó a la fosa de clavados, donde los nadadores entrenaban. La estructura era impresionante, con plataformas en diferentes alturas y una enorme fosa que parecía un océano de azul profundo.
"No sé si puedo hacerlo..." - murmuró Amaia para sí misma, mientras miraba a los chicos que se lanzaban al agua con elegancia.
Justo en ese momento, se le acercó Martín, un chico un poco mayor que ella y uno de los mejores clavados de la piscina. "Hola, ¿primera vez en la fosa?" - preguntó Martín, sonriendo.
"Sí... Me gustaría intentarlo, pero tengo miedo de caer mal" - respondió Amaia, insegura.
"Es normal tener miedo. Todos lo sentimos la primera vez. Pero lo importante es intentarlo y aprender de cada salto" - le dijo Martín, con una voz alentadora.
Animada por sus palabras, Amaia se decidió a probar. Comenzó desde la plataforma más baja, subiendo lentamente. Cuando llegó a la primera plataforma, su corazón latía con fuerza. "Solo un pequeño salto" - se dijo a sí misma.
Estiró los brazos, respiró hondo y, ¡splash! Cayó al agua.
"¡Bien hecho, Amaia!" - gritó Martín desde la orilla. "Lo hiciste genial."
A partir de ese día, cada vez que Amaia hacía un salto, sentía que su confianza crecía. Reveló a su mamá su deseo de unirse al equipo de clavados del club.
Un mes más tarde, se aproximaba el día de su primer torneo. Amaia estaba emocionada, pero también ansiosa.
"No estoy lista para competir" - le confesó a Martín, que se había convertido en su compañero de entrenamientos.
"Amaia, esos nervios son una señal de que te importa. Solo recuerda que lo más importante es disfrutarlo" - le dijo Martín.
El día del torneo llegó, y Amaia se sintió como una mariposa en el estómago. Al llegar, se encontró con otros niños que también sentían nervios, y eso la hizo sentir un poco mejor.
"¿Ya pensaste qué salto vas a hacer?" - le preguntó una compañera.
"Sí, voy a intentar el que más he practicado. Aunque me da miedo no salir bien".
"No pienses en eso. Solo piensa en el agua que te espera".
Finalmente, llegó su turno. Amaia subió a la plataforma, sintiendo cómo el mundo se desvanecía a su alrededor. Miró hacia abajo y vio a su mamá sonriendo, agitándole la mano. Cerró los ojos y respiró profundamente.
"¡Vamos, Amaia!" - se escuchó la voz de Martín desde la tribuna.
Con coraje, se lanzó desde la plataforma, ejecutando el salto que había practicado. Sintió como el aire la rodeaba y, al caer al agua, todo su nerviosismo se disipó.
"¡Increíble!" - exclamó una amiga al verla salir a la superficie.
Completo su salto con una sonrisa. En el camino de vuelta a casa, Amaia se sentía feliz y llena de energía.
"Hoy entendí que el miedo es solo parte del proceso y que no tengo que dejar que me detenga. Siempre puedo intentar de nuevo y hacer las cosas mejor" - dijo Amaia a su mamá.
Y así, Amaia aprendió que, en la vida, el verdadero salto no es solo el que se da en la fosa de clavados, sino el salto hacia nuevos desafíos, siempre con la actitud de aprender y disfrutar.
De este modo, se convirtió en una clavadista valiente y también en un modelo a seguir entre sus amigos, ¿y quién sabe? , tal vez una campeona en el futuro.
FIN.