Amalia la Gata Aventurera



En un pequeño barrio de Buenos Aires, vivía una gata llamada Amalia. Era una gata curiosa, siempre con ganas de explorar el mundo más allá de su casa. Un día, mientras su dueña, la abuela Rosa, estaba en el jardín regando las plantas, Amalia decidió que era el momento perfecto para una aventura.

Amalia se deslizó entre las plantas y salió por la puerta del jardín. "¡Hoy será un gran día!"- pensó mientras se asomaba a la calle. Al principio, todas las cosas le parecían emocionantes; el canto de los pájaros, el olor de las empanadas del vecino, y los gritos de los chicos que jugaban a la pelota. Pero, al poco rato, se dio cuenta de que había caminado más lejos de lo que pensaba.

"¡Oh no! ¿Dónde estoy?"- exclamó Amalia, mirando a su alrededor. Todo era nuevo y un poco intimidador. En ese momento, escuchó un suave maullido detrás de ella. Se giró y vio a un pequeño gato negro, que la miraba con curiosidad.

"Hola, yo soy Lucas. ¿Te perdiste?"- le preguntó el gato.

"Soy Amalia, y sí, me aventuré un poco... tal vez demasiado"- respondió ella, con un poco de temor en su voz.

"No te preocupes, yo conozco este barrio como la palma de mi pata. ¿Quieres que te muestre?"- sugirió Lucas con una sonrisa.

Amalia asintió alegremente. Juntos comenzaron a recorrer el barrio. Lucas le mostró el parque, donde los chicos volaban cometas, y la plaza, donde los pájaros picoteaban sin cesar. "Mirá allí, ¡es la fuente!"- señaló Lucas. Amalia estaba tan feliz de conocer cosas nuevas que se olvidó del miedo. De repente, escucharon un grito desgarrador. "¡Ayuda, alguien ha caído en el estanque!"- gritó una niña que corría hacia ellos.

Amalia y Lucas se miraron con preocupación. "¡Vamos!"- dijo Amalia, llena de determinación. Corrieron hacia el estanque y vieron a un pequeño patito que no podía salir del agua.

"¡Tienes que ayudarlo, Amalia!"- le dijo Lucas.

Amalia se asomó al borde del estanque. Miró al patito y le dijo: "Tranquilo, voy a ayudarte. ¡Tú solo nada hacia mí!"- El patito, con un poco de miedo, empezó a acercarse. Amalia lo animó: "Vení, que yo te agarro."- Con un gran salto, Amalia logró tocar al patito con sus patas. "¡Ahora más fuerte!"- le gritó, y poco a poco logró que el patito saliera del agua.

Las niñas aplaudieron mientras el patito se arrastraba hacia la orilla. "¡Gracias, gracias!"- chilló el patito, empapado pero feliz. Amalia se sentía orgullosa de haber ayudado.

Sin embargo, en su apuro, se dio cuenta de que era hora de regresar a casa. "Lucas, tengo que volver, mi abuela debe estar preocupada"- dijo Amalia, triste por dejar a su nuevo amigo.

"No te preocupes, puede que no nos veamos hoy, pero mañana puedo mostrarte más lugares"- le respondió Lucas con una sonrisa.

Amalia se despidió de Lucas y se dirigió de vuelta, aún sintiéndose emocionada por su aventura y el nuevo amigo que había hecho. Al llegar a casa, se metió por la puerta y se acercó a la abuela Rosa, que la esperaba con los brazos abiertos. "¿Dónde has estado, Amalia?"- le preguntó la abuela. "¡He tenido la mejor aventura!"- dijo la gata, mientras se acomodaba en sus piernas.

Y así, Amalia aprendió que aventurarse a lo desconocido puede ser aterrador, pero también puede traer grandes amistades y la oportunidad de ayudar a otros. Desde ese día, las aventuras de Amalia solamente habían comenzado. Y siempre recordaría que, aunque el mundo es grande, siempre hay un camino de regreso a casa.

FIN.

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