Amalia y el Valor de la Urbanidad



En la bulliciosa ciudad de Medellín, donde los colores de las calles se mezclan con risas y melodías de cumbia, vivía Amalia, una niña de cabello rizado y ojos brillantes. Aunque su familia no contaba con mucho dinero, sí era rica en valores. Sus padres, Don Carlos y Doña Luisa, siempre le enseñaron el valor de la urbanidad: el respeto, la amabilidad y la honestidad ante todo.

Un día, mientras caminaba a la escuela, Amalia se encontró con un grupo de niños que jugaban a la pelota en la plaza. Al ver los sutiles movimientos de la pelota en el aire, sus ganas de unirse a ellos fueron irresistibles. Pero recordó las palabras de su padre:

"Amalia, siempre debes tratar a los demás con respeto. Si los niños ya están jugando, espera tu turno o pídeles que te dejen participar cuando terminen".

Amalia, conteniendo su deseo de correr hacia ellos, se acercó con una sonrisa:

"Hola, chicos. Me encantaría jugar con ustedes. ¿Puedo unirme cuando terminen?"

Los niños, sorprendidos por su amable solicitud, asintieron y le prometieron que la dejarían jugar. Amalia sintió un gran orgullo por haber sido cortés, aunque su corazón latía con ansias de jugar. Una vez que se desvincularon del juego, Amalia fue parte de la diversión y todos disfrutaron.

Sin embargo, durante los días siguientes, Amalia enfrentó otra tentación. Un nuevo puesto de dulces se había instalado cerca de su colegio y el aroma del algodón de azúcar y las galletitas la atraía como un imán. Ella solo tenía unos pocos centavos, ahorrados para comprar un libro de cuentos. En su mente sonaban claramente las palabras de su madre:

"Amalia, no importa cuán tentador sea, siempre es mejor invertir en algo que alimentará tu mente".

A pesar de su anhelo de un dulce, Amalia decidió usar su dinero para comprar el libro que tanto quería. La decisión no fue fácil, pero al llegar a casa y ver a su madre sonriendo por la compra, se sintió satisfecha. Esa noche, antes de acostarse, Amalia se sumergió en las páginas de su nuevo libro y descubrió un mundo de aventuras.

Pero un giro inesperado llegó a su vida. Un día, tras salir del colegio, Amalia encontró una cartera tirada en la acera. Al abrirla, encontró dinero y documentos de identidad. Inmediatamente pensó en la tentación de quedársela, pero recordó la enseñanza de su padre:

"Nunca tomes lo que no es tuyo, Amalia. La honestidad te hará siempre una persona digna".

Decidida, se llevó la cartera a la comisaría más cercana. Allí, entregó el objeto perdido y explicó cómo lo encontró. El oficiales la miró con admiración:

"Es muy valiente lo que has hecho, niña. Gracias a ti, la dueña de esta cartera podrá recuperarla".

Amalia salió de la comisaría sintiéndose como una heroína. Los días siguieron pasando, y cada vez que encontraba dificultades, recordaba las enseñanzas de sus padres.

Un día, una amiga de Amalia, Sofía, le propuso una idea poco recomendable:

"Amalia, ¿por qué no hacemos una trampa en la próxima evaluación? Nadie se dará cuenta y podemos sacar buenas notas".

Amalia se horrorizó ante la propuesta. Entonces, con voz firme, respondió:

"No, Sofía. No puedo hacer eso. Mis padres siempre me han enseñado que estudiar y esforzarse vale más que cualquier nota fácil".

Sofía, al ver la seguridad en la respuesta de Amalia, comenzó a dudar. Poco después, decidió unirse a Amalia en su esfuerzo de estudio. Cuando llegaron los resultados, ambas sacaron buenas calificaciones, pero lo más importante de todo es que se dieron cuenta de que trabajar duro tiene su recompensa.

Finalmente, la familia de Amalia fue invitada a una reunión del barrio, donde Don Carlos recibió un reconocimiento por su contribución a la comunidad. Al llegar, Amalia tomó el micrófono:

"Quiero agradecer a mis papás por enseñarme a ser siempre respetuosa, honesta y amable. Ellos son mi ejemplo".

La sala estalló en aplausos. Amalia cumplió con su papel de embajadora de urbanidad y dejó en claro que, aunque la vida podía ser difícil, los valores son los que realmente importan.

Así, entre risas y cuentos, Amalia, la niña de Medellín, continuó su camino, llevándose consigo cada día la importancia de ser una persona íntegra y respetuosa. Porque en su corazón, conocía el verdadero valor de la urbanidad y sabía que, al final, eso era lo que la haría siempre brillar.

Y así, cada vez que enfrentaba una nueva tentación, recordaba lo que sus padres le habían enseñado, y en lugar de sucumbir, encontraba siempre la mejor respuesta.

Colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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