Amanda y el Dragón de la Desesperación



En un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos cristalinos, vivía una niña llamada Amanda. Era conocida por su alegría y su curiosidad, y siempre estaba dispuesta a ayudar a los demás. Sin embargo, había una sombra que se cernía sobre el pueblo, un misterioso Dragón de la Desesperación que provocaba tristeza en todos los que lo rodeaban. Este dragón no escupía fuego, sino que exhalaba un aire gélido que enfriaba los corazones y las sonrisas de los habitantes.

Un día, mientras Amanda paseaba por el bosque, escuchó un extraño sonido. Era un llanto profundo y desgarrador. Siguiendo el eco melancólico, se encontró cara a cara con el Dragón de la Desesperación. A primera vista, su aspecto era aterrador, con escamas grises y ojos tristes.

"¿Quién eres tú?" - preguntó Amanda, temblando un poco.

"Soy el Dragón de la Desesperación", respondió el dragón con un susurro. "Vivo aquí porque nadie me comprende. Todos me temen y huyen de mí."

Amanda lo miró con compasión. Sabía que, aunque parecía aterrador, el dragón estaba solo y triste.

"Yo no te tengo miedo," - dijo Amanda con valentía. "¿Por qué no te cuentan sus problemas? Tal vez necesiten un amigo como vos."

"No tengo amigos porque traigo tristeza, no alegría," - replicó el dragón, quien pareció más abatido aún.

Amanda pensó que quizás podría ayudar al dragón a encontrar la alegría. Así que decidió hacer algo inusual: organizar una fiesta en el pueblo, invitando tanto a los habitantes como al dragón, para que todos pudieran conocerse.

La noticia de la fiesta se spreadió rápidamente por el pueblo. Sin embargo, muchos dudaban de invitar al dragón.

"¿Y si trae más tristeza?" - murmuraban algunos.

"¿Por qué no le damos una oportunidad?" - defendió Amanda. "Podría sorprendernos."

Finalmente, con mucho esfuerzo, logró que todos aceptaran la idea. El día de la fiesta, el pueblo se llenó de luces y risas. Amanda buscó al dragón y lo llevó de la mano.

"Mirá, todos están aquí por vos también," - le dijo, y sus ojos brillaban con esperanza.

"¿Realmente crees que querrán estar conmigo?" - inquirió el dragón, un poco inseguro.

Amanda lo alentó a dar un paso hacia adelante, a pesar de su miedo.

"Dale, ¡sólo tengo una idea más!" - exclamó. "Voy a presentarles una canción que hice para el Dragón de la Desesperación!"

Así lo hizo. Comenzó a cantar sobre cómo a veces somos tristes, pero que siempre hay lugar para la amistad y el amor. La melodía resonó en cada rincón y, por primera vez, una chispa de curiosidad en el corazón del dragón se encendió.

Cuando Amanda terminó, el pueblo gritó: "¡Otra vez!". Y poco a poco, el dragón fue acercándose, dejando de lado su tristeza. Al ver a todos bailar y reír, algo dentro de él comenzó a cambiar.

"Quizás... quizás sí pueda encontrar amigos aquí," - reflexionó el dragón, sus ojos comenzando a brillar de un azul vibrante.

En lugar de la tristeza, algo nuevo florecía. El dragón se unió a la fiesta, moviendo su cola al ritmo de la música, generando risas y una atmósfera de alegría. Finalmente, comprendió lo que Amanda había dicho:

"No debes llevar la tristeza a los demás, puedes compartir tu alegría."

La noche terminó con fuegos artificiales que iluminaron el cielo estrellado, un símbolo de la nueva amistad que había surgido entre el dragón y el pueblo. Desde entonces, el Dragón de la Desesperación se erigió como el Dragón de la Alegría, por siempre agradecido a Amanda por su valentía y bondad.

"¿Sabés?" - dijo el dragón un día, con su corazón lleno. "Ahora entiendo que todos tenemos algo que ofrecer. Nunca estamos solos cuando abrimos nuestros corazones a la amistad."

"Exactamente," - respondió Amanda sonriendo. "Nunca es tarde para hacer nuevos amigos y descubrir la alegría en la vida."

Y así, Amanda y el Dragón de la Alegría continuaron sus aventuras, enseñando a todos la hermosa lección de que, a veces, la amistad puede cambiarlo todo.

FIN.

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