Amanda y el Viaje de la Aceptación



Era un día soleado en el vecindario de Amanda. Las flores florecían, y los árboles lucían verdes y frondosos. Amanda tenía doce años y, como muchos chicos de su edad, estaba comenzando a sentir que su cuerpo cambiaba. Un día, mientras se preparaba para salir a jugar con sus amigos, se miró al espejo y suspiró. Su reflejo se había vuelto un tema complicado: su cabello rizado no era fácil de peinar, sus rodillas eran un poco más grandes que antes y su sonrisa, aunque brillante, le pareció algo incompleta.

"No puedo más con esto..." - se quejó mirando su peinado.

Su madre, que estaba en la cocina preparando el té, escuchó el lamento de su hija.

"¿Qué te pasa, Amanda?" - preguntó con cariño.

"Es que ya no quiero salir a jugar. Me siento rara" - respondió, cruzando los brazos.

"A todas nos pasa, cariño. Recuerda que cada uno es único. El cuerpo cambia y eso es normal" - dijo su madre mientras entraba a la habitación.

Amanda negó con la cabeza.

"Pero yo no quiero ser única, quiero ser como las otras chicas de la escuela".

"¿Y por qué no te miras a ti misma con más cariño?" - sugirió su madre.

Esa tarde, Amanda decidió hacer algo diferente. Se sentó en su cama con un cuaderno que le había regalado su abuela, un cuaderno donde podía escribir y dibujar. Comenzó a hacer una lista de cosas que le gustaban de sí misma.

"Me gusta mi risa, me gusta que soy buena en matemáticas y me encanta mi habilidad para dibujar" - escribió. Cuando terminó, miró la lista y sonrió un poco. Se sintió un poco mejor, pero aún le faltaba algo.

Al día siguiente en la escuela, Amanda notó que sus amigas estaban hablando de un nuevo juego que estaba muy de moda: los desafíos de baile.

"¡Hagamos un video para subir a la red!" - propuso Malena, su mejor amiga.

"No sé, no soy buena bailando" - respondió Amanda, sintiéndose insegura.

"Eso no importa, ¡solo divirtámonos!" - insistió Malena.

"Ah, bueno, está bien" - aceptó Amanda a regañadientes.

Reuniéndose en el parque, las chicas comenzaron a practicar. Al principio, Amanda se sentía torpe y un poco perdida, pero a medida que continuaban, la risa y la diversión comenzaron a contagiarla.

"¡Mirá cómo muevo las piernas!" - gritó Julieta, haciendo un giro que la hizo caer al suelo.

"¡No te lastimés!" - se rió Lila.

Amanda vio eso y se soltó, imitando los movimientos de sus amigas.

"¡Eso es! ¡Más energía!" - gritó Malena, empujando a Amanda a bailar más libre.

A medida que el sol comenzaba a ocultarse, las chicas terminaron cansadas y satisfechas.

"No estuve tan mal, ¿no?" - dijo Amanda, sintiéndose un poco más segura.

"Fuiste genial, mirá el video que grabamos. " - respondió Lila con una sonrisa amplia.

Al revisar las imágenes, Amanda se sintió un cosquilleo en su estómago.

"¿Soy yo?" - exclamó sorprendida.

"Sí, ¡y qué bien que lo hiciste!" - afirmó Malena.

"Mira cómo me río..." - dijo Amanda, sintiéndose feliz.

Delante de esos momentos se le ocurrió hacer una exposición de su arte en la escuela.

"Voy a hacer una exposición sobre el cuerpo humano y cómo todos somos diferentes y especiales" - comentó emocionada a sus amigas.

"Eso va a ser increíble" - respondió Malena entusiasta.

"¡Contá conmigo!" - dijo Lila.

Cuando llegó el día de la exposición, Amanda estaba nerviosa, pero también llena de entusiasmo. Con dibujos coloridos y una gran sonrisa, comenzó a hablar frente a sus compañeros.

"Hoy quiero que celebremos nuestras diferencias. Cada cuerpo que ven aquí es hermoso, cada uno tiene algo que ofrecer. ¡La diversidad es lo que hace este mundo tan especial!" - dijo con convicción.

Los aplausos resonaron en el aula, y Amanda sintió que el peso que llevaba en sus hombros se aligeraba. Sonrió, llena de gratitud.

"Gracias a cada uno de ustedes por ser parte de este viaje. Estoy comenzando a amar mi cuerpo, a ver lo bonito en cada imperfección" - finalizó con seguridad.

Con el aliento en el aire, Amanda fue a reunirse con sus amigos luego de la exposición.

"Lo hiciste genial, Amanda" - le dijo su madre al recibirla con un abrazo.

"Gracias, mamá. Me siento feliz con quién soy" - respondió Amanda con orgullo, mirando a sus amigos que estaban sonriendo y aplaudiendo por su valentía.

"Recuerda esto siempre, el amor propio no es fácil, pero es un viaje hermoso" - le recordó su mamá.

Ese día, Amanda no solo comenzó un camino hacia la aceptación de su cuerpo, sino que también abrazó la belleza de ser ella misma y a todos los que la rodeaban. Mientras regresaban a casa con sus amigas, Amanda supo que cada día sería una nueva oportunidad para celebrar su singularidad.

FIN.

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