Amanda y la Magia de los Pasos



Había una vez en un pequeño pueblo argentino una niña llamada Amanda Cid. Desde que tenía memoria, siempre soñaba con ser bailarina. Todos los días, después de la escuela, se pasaba horas practicando sus pasos de baile en el parque, mientras los pájaros la observaban desde las ramas de los árboles.

Un día, mientras giraba y saltaba, un chico llamado Tomás se acercó y le dijo:

"¡Wow, qué buena bailarina que sos! ¿Podés enseñarme a bailar también?"

Amanda, sonriendo, respondió:

"Claro, ¡ven! La danza es para todos. Primero, necesitamos calentar. ¡Vamos a movernos!"

Así, entre risas y movimientos, Amanda le mostró a Tomás algunos pasos básicos. Poco a poco, el grupo de amigos del barrio empezaron a juntarse para aprender a bailar con ella. Cada día, Amanda se convertía en una mejor maestra.

Un día, mientras practicaban, una anciana que solía pasar por el parque, se detuvo a observarles.

"Miren qué talento tienen. Me hace recordar mis días de juventud. ¿Sabían que hay un concurso de danza en la ciudad?" dijo la señora mientras sonreía.

Todos los niños se miraron emocionados. Amanda exclamó:

"¡Podemos participar juntos! ¡Pensemos en una coreografía!"

A partir de ese día, los niños se unieron para preparar su presentación. Sin embargo, no todo fue fácil. A medida que pasaban los días, comenzaron a surgir dificultades. Tomás se sentía inseguro y a veces se equivocaba en sus pasos. Un día, frustrado, comentó:

"No sé si puedo seguir. A veces me siento torpe y creo que nunca podré bailar bien."

Amanda, notando la preocupación de su amigo, se acercó a él y dijo:

"¡No te rindas, Tomás! Todos cometemos errores. La danza no se trata de ser perfecto, sino de disfrutar y aprender. ¡Si uno cae, se levanta y sigue bailando!"

Tomás sonrió, sintiéndose mejor y decidió quedase. Sin embargo, cuando llegó el día del concurso, Amanda se despertó con un cóndor en su garganta. No podía cantar y temía que eso afectara su actuación. Ella pensó:

- “¿Y si no puedo dar lo mejor de mí?"

Mientras se miraba al espejo, sus amigos llegaron a su casa.

"Amanda, estamos aquí! No te preocupes, juntos somos más fuertes. ¡Lo haremos genial!"

Con el apoyo de sus amigos, Amanda fue al concurso. Cuando llegó su turno, aunque sentía nervios, recordó sus palabras que siempre decía:

"La danza es sentir, no solo hacer. ¡Disfrutemos!"

Y así, junto a sus amigos, bailó. Aunque en momentos se olvidaron de los pasos, se reían y se miraban, como si el amor a la danza los hubiera envuelto en un abrazo cálido.

Al finalizar la actuación, el público aplaudió con entusiasmo. Aunque no ganaron el primer lugar, Amanda se sintió más feliz que nunca.

"¡Lo logramos!" gritó, llena de alegría.

La anciana que había estado observando desde la fila front row se acercó.

"Ustedes han hecho algo mágico. Bailaron con el corazón. Esos son los verdaderos ganadores!"

Desde entonces, Amanda y sus amigos entendieron que lo importante no era ganar, sino disfrutar del camino y apoyarse mutuamente. Y así siguieron bailando, compartiendo su amor por la danza con todos en el pueblo, inspirando a muchos otros a seguir sus sueños.

Fin

FIN.

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