Amanda y sus amigos peludos



En un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos, vivía una niña llamada Amanda. Desde que era muy pequeña, Amanda amaba a los animales. Cada día, después de la escuela, corría al parque donde había perros, gatos, conejitos y hasta algunos patitos que nadaban felices en el estanque.

A medida que pasaban los días, Amanda hizo amigos con cada uno de los animales.

"¡Hola, perrito! Te he traído galletitas", decía mientras le lanzaba una galleta a un perro llamado Max que le movía la cola emocionado.

"¡Miau!", respondía una gata blanca con manchas negras llamada Luna, que siempre se acercaba para recibir unas caricias.

Amanda tenía un sueño: quería ayudar a todos los animales del mundo. Un día, mientras jugaba en el parque, vio a un grupo de niños que estaban arrojando piedras al agua, asustando a los patitos.

"¡Chicos! No pueden hacer eso, los patitos también sienten miedo", les dijo Amanda con voz firme.

Uno de los niños, Lucas, se burló de ella. "¿Y a mí qué me importa? Son solo patitos!"

Amanda, sin desanimarse, decidió hablar con ellos sobre cómo cuidar a los animales.

"Si lastiman a los patitos, nunca volverán a querer jugar aquí. Hay que aprender a respetarlos", les explicó.

Los niños no prestaban mucha atención, pero Amanda no se dio por vencida. Siguió hablando con ellos y les contó sobre la vida de un patito.

"Los patitos tienen mamás que los cuidan. Si les hacemos daño, se sentirán solos y tristes".

Mientras hablaba, un patito se acercó y empezó a nadar cerca de ellos. Las risas de los niños comenzaron a cesar, y al ver lo adorable que era el patito, se sintieron mal por lo que habían hecho.

"Es verdad, Amanda. No quiero que los patitos se sientan tristes. Me gustaría que fueran nuestros amigos", dijo una niña llamada Sofía.

A partir de ese día, Amanda y los niños empezaron a cuidar del parque. Limpiaron la basura, plantaron flores y construyeron un pequeño refugio para los animales.

Ver cómo el parque se llenaba de vida y alegría era un cambio hermoso. Los patitos nadaban felices, los gatos jugaban al sol y los perros correteaban por el espacio verde.

Un nuevo giro ocurrió cuando un día, mientras estaban en el parque, un perro grande apareció, con un collar desgastado y una mirada triste.

"¡Miren! Ese perrito parece perdido", exclamó Lucas, recordando lo que había aprendido de Amanda.

"¡Vamos a ayudarlo!", dijo Amanda mientras se agachaba para acercarse al perro.

Con mucho cuidado, le ofreció agua y comida.

"No te preocupes, amigo, te vamos a cuidar", le dijo.

Los chicos se unieron y lograron que el perro, a quien llamaron Rocky, confiara en ellos. Se convirtió en otro amigo en el parque y en el corazón de todos.

Con el tiempo, Amanda y sus amigos organizaron jornadas de adopción y concientización sobre el cuidado de los animales. Invitaron a toda la comunidad a aprender sobre la importancia de cuidar y respetar a todas las criaturas, grandes y pequeñas.

"Los animales son nuestros amigos y hacen del mundo un lugar mejor. ¡Ayudémoslos!", animaba Amanda con una gran sonrisa.

El pueblo empezó a cambiar. Más mascotas adoradas llenaron los hogares y todos aprendieron a cuidar de ellos. Amanda no solo había logrado su sueño de ayudar a los animales, sino que también había unido a la comunidad.

Y así, todos los días en el parque resonaban risas y ladridos, maullidos y grazias de los patitos, todo gracias a una niña con un gran corazón y su amor por los animales.

Nada es más especial que la amistad, y cuando se trata de ayudar a quienes no tienen voz, siempre habrá un lugar en el corazón para cada ser vivo.

Y colorín colorado, este cuento se ha terminado.

FIN.

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