Amaranto y el Jardín de los Sueños



En un colorido barrio de Buenos Aires, vivía una niña llamada Amaranto. Con su pelo rizado y su vestido lleno de manchas de pintura, cada día era una nueva aventura para ella. Amaranto era conocida por su gran imaginación y su talento para hacer que cosas ordinarias se transformaran en extraordinarias. En su mente, un simple campo de flores podía ser un jardín de sueños.

Una mañana, mientras dibujaba en su cuaderno, Amaranto contemplaba una idea brillante. Quería crear un jardín mágico en el patio de su casa. Se imaginó flores de colores que brillaban como estrellas y hojas que susurraban secretos al viento.

"Mamá, ¿puedo hacer un jardín mágico en el patio?" - preguntó entusiasmada.

"¡Claro, mi amor! Pero tendrás que trabajar duro para que tu sueño se haga realidad", respondió su madre.

Amaranto sonrió, sintiéndose llena de motivación. Se puso manos a la obra. Recaudó semillas de flores exóticas que había encontrado en el mercado, convenciendo a los vendedores de que su jardín sería el más hermoso de todos.

"¿Me darías algunas semillas? Prometo que te invitaré a la inauguración," - les decía con su carisma infantil.

Con su madre ayudándola a cavar y plantar, Amaranto empezó a ver su sueño cobrar vida. Pero al cabo de unos días, comenzó a llover en su barrio y no paraba de llover. Amaranto se preocupó.

"¿Y si las semillas se ahogan?" - se preguntaba, frunciendo el ceño.

"Tal vez deberías pensar en un plan B," - sugirió su madre, viendo la tristeza en su rostro.

Amaranto se quedó quieta, pensando. "¡Ya sé! Podemos hacer un invernadero con una vieja caja de cartón y plásticos." Su madre aplaudió la idea con entusiasmo. Con piezas de cartón, cinta adhesiva y su ingenio, crearon una pequeña casita para las plantas. Cuando las lluvias amainaron, las semillas estaban a salvo y empezaron a germinar.

Poco a poco, Amaranto se dio cuenta de que el trabajo duro valía la pena, y cada mañana salía a mirar su jardín, que se llenaba de pequeñas hojas verdes. Sin embargo, un día, Amaranto vio que algo había pasado. Algunos de sus brotes estaban marchitos y otros habían desaparecido. Desesperada, comenzó a buscar por el jardín.

"¡Mamá, los bichos se comieron mis plantas!" - gritó.

"Amaranto, a veces hay que aprender a convivir con la naturaleza," - respondió su madre con calma.

Con una chispa de inteligencia, Amaranto decidió que no se iba a rendir. En lugar de rendirse, comenzó a investigar sobre cómo proteger sus plantas. Aprendió que podía crear un sistema con hierbas para repeler a los insectos, y mientras lo hacía, descubrió que disfrutar el proceso de aprendizaje era tan gratificante como ver crecer sus plantas.

Mientras tanto, sus amigas del barrio comenzaron a notar el jardín de Amaranto. Una tarde, una niña llamada Lía apareció en su puerta.

"¡Hola Amaranto! He visto tu jardín. ¿Puedo ayudarte?" - preguntó emocionada.

"¡Claro! Cuantos más, mejor. Este jardín puede ser un lugar para todos nosotros!" - dijo felices.

Amaranto se dio cuenta de que su jardín no solo era un lugar de sueños, sino un espacio donde podían colaborar y compartir ideas. Unieron fuerzas y cada niña aportó algo diferente: algunas traían semillas, otras traían conocimientos de cómo cuidar las plantas, mientras que Amaranto se encargaba de organizar el espacio como una verdadera artista.

Así, el jardín mágico se transformó en un verdadero Jardín de los Sueños, un lugar donde la risa, los juegos y los sabores de la naturaleza se unieron. Pero Amaranto no solo creó un jardín, también un sentido de comunidad.

Con el tiempo, el jardín floreció y se convirtió en un lugar donde todos los niños del barrio se reunían para jugar y aprender. Amaranto, con su espíritu independiente, nos enseñó a seguir nuestros sueños, a no rendirnos frente a los desafíos y a colaborar, mostrando que lo mejor de la vida se vive en compañía.

Al final del verano, el jardín había crecido y florecido como Amaranto había imaginado. Aunque el trabajo no había sido fácil, Amaranto sabía que cada obstáculo la había hecho más fuerte.

"Nunca dejen de soñar, chicas," - les dijo Amaranto en una tarde de sol, mientras cuidaban sus plantas.

"Siempre habrá algo nuevo que aprender y muchas aventuras por vivir," - concluyó, con una sonrisa radiante.

Así, Amaranto y sus amigas siguieron cultivando no solo un jardín, sino también sueños y amistades que florecerían para siempre.

FIN.

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