Amatista y el Bingo Mágico



Una tarde soleada, Amatista, una niña de 5 años con ojos brillantes y una gran curiosidad, estaba en casa de su abuela con toda la familia. La mesa estaba llena de delicias: pasteles, galletas y, sobre todo, una gran bolsa llena de cartones de bingo.

"¿Qué es eso, abuela?" - preguntó Amatista, señalando la bolsa que brillaba a la luz del sol.

"Es un juego de bingo, querida. Hoy vamos a jugar!" - respondió su abuela con una sonrisa.

Amatista hizo una mueca. No le gustaban los juegos que eran lentos;

"Suena aburrido. Me gustaría jugar a algo más divertido como las escondidas o saltar a la cuerda." - dijo con un suspiro.

Su mamá, al oído de su abuela, le susurró.

"Dale una oportunidad, Amatista. A veces las cosas no son lo que parecen".

Así que, a pesar de sus dudas, Amatista aceptó un carton y un lápiz. El juego comenzó, y cada vez que su abuela cantaba el número, todos en la mesa se emocionaban. Amatista miraba con atención su cartón, pero después de un rato, decidió que realmente era muy aburrido.

- “No estoy entendiendo nada, abuela. Solo son números.” - dijo Amatista, con una expresión de desilusión.

- “Dame un segundo, y verás lo divertido que es. ¡Este es un juego de paciencia y sorpresas! ” - respondió su abuela, animándola.

En un giro inesperado, un primo de Amatista, que estaba al otro lado de la mesa, gritó entusiasmado:

"¡Bingo!". Justo en ese momento, todos comenzaron a gritar y reír, acurrucándose alrededor de él para celebrarlo.

Amatista sintió una chispita de emoción dentro suyo. Pudo ver cómo todos se alegraban y se abrazaban, y eso le hizo pensar que quizás no era tan aburrido después de todo.

"¿Puedo jugar otra vez?" - preguntó, ahora con una sonrisa en su rostro.

- “¡Claro que sí! ” - le contestaron sus familiares entusiasmados. Con cada ronda que pasaba, Amatista comenzó a entender cómo se jugaba. Cada número cantado le daba una nueva oportunidad, y pronto se dio cuenta de que podía usar la estrategia para hacer coincidir los números boscosos con su cartón.

De repente, cuando su abuela cantó un número que estaba en su cartón, Amatista sintió un gran apretón en su corazón.

"¡Bingo! ¡Lo tengo!" - gritó con todas sus fuerzas.

La sala estalló en aplausos y risas, y en ese momento, todos la miraron, sorprendidos y alegres.

- “¡Bien hecho, Amatista! ¡Eres una campeona!" - exclamó su familia.

La abuela le entregó un pequeño premio, una estrellita dorada que brillaba. Amatista se la puso con orgullo.

- “¿Ves? El bingo puede ser muy divertido, ¿no? ” - le preguntó su mamá.

- “¡Es increíble! Me encanta jugar con ustedes. ¡Puedo jugar bingo siempre y siempre que quiera! ” - contestó Amatista con una risa llena de alegría.

A medida que la tarde avanzaba, no solo Amatista disfrutaba del bingo, sino que también aprendió a compartir, a celebrar los logros de los demás y a entender que, a veces, lo que parecía aburrido podía ser la mejor parte del día.

Esa noche, mientras se preparaba para dormir, Amatista sonreía pensando en el bingo y en todo lo que había aprendido.

"Quizás el mundo está lleno de sorpresas, y solo hay que aprender a buscarlas, ¿no?" - se dijo a sí misma antes de cerrar los ojos, soñando con más juegos y momentos felices.

Así, Amatista descubrió que a veces, las cosas más simples pueden traer las mayores alegrías, y que estar rodeada de su familia era, en sí mismo, una gran aventura.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!