Amatista y el Germen de la Obediencia



En una casa pequeña y colorida, justo al final de la calle, vivía Amatista, una niña de cinco años con una sonrisa que brillaba como el sol. Tenía dos hermanos: Alely, de dos años y siempre curiosa, y Aslan, de solo seis meses, que pasaba sus días riendo y jugando con sus juguetes.

Un día, mientras Amatista jugaba con sus bloques de colores, su mamá la llamó desde la cocina.

"¡Amatista! ¿Podés venir un momento, por favor?"

Amatista, entusiasmada, dejó sus juguetes esparcidos por el suelo y corrió hacia la cocina.

"¿Qué necesitás, mamá?"

"Quiero que me ayudes a preparar la merienda. Necesito que busques las galletitas de la alacena, ¿me haces el favor?"

"¡Sí, mamá!"

Amatista fue corriendo a buscar las galletitas, pero antes de que llegara a la alacena, notó que Aslan había tirado todos sus juguetes en la sala. Intrigada, puso las manos en la cintura y se preguntó

"¿Qué pasaría si juego un ratito con Aslan en lugar de ayudar?"

"Voy a volver enseguida" - decidió para sí misma.

Cuando llegó a la sala, encontró a Aslan riéndose mientras jugaba con un sonajero.

"¡Hola, Aslan!" - dijo Amatista emocionada. Pero, de repente, un rayo de luz pasó por su mente.

"¡Es verdad! Tengo que ayudar a mamá primero" - pensó.

Amatista se sintió un poco mal por dejar a Aslan, pero entendió que ayudar a su mamá era lo correcto.

"Volveré en un momento, Aslan" - le dijo mientras corría de vuelta a la cocina.

Cuando llegó a la cocina, su madre sonrió con orgullo.

"¡Bien hecho, Amatista! Gracias por ayudarme".

Amatista se sintió feliz, y el gesto le hizo entender que obedecer y respetar a sus padres no solo era importante, sino que también podía ser divertido.

Unos días después, estaba jugando con Alely en el jardín.

"Amatista, mirá cómo puedo patear la pelota" - dijo Alely mientras correteaba detrás de la pelota.

Pero Amatista recordó que mamá les había dicho que no corrieran con la pelota en el jardín.

"Alely, no deberíamos correr con la pelota, mamá nos está mirando. Vamos a jugar un juego de mesa en su lugar" - sugirió Amatista.

"Pero yo quiero jugar ahora", protestó Alely, frunciendo el ceño.

"Si hacemos lo que mamá dice, vamos a poder jugar algo más tarde. Ella nos ayudará a preparar un picadito con galletitas. ¡Vamos!"

Alely, intrigada por la idea del picadito, dejó la pelota y acompañó a su hermana.

Mientras jugaban, escucharon ruidos en la cocina.

"¿Qué será eso?"

"¡Vamos a ver!" - dijo Amatista, y las dos corrieron hacia el interior de la casa. Al llegar, se encontraron con un derrame de galletas que Aslan había tirado mientras intentaba alcanzarlas.

"¡Oh no! ¿Qué vamos a hacer?" - exclamó Amatista.

"¡Se va a enojar mamá!" dijo Alely.

"No entremos en pánico, podemos ayudar a limpiar antes de que mamá llegue" - propuso Amatista. Rápidamente, las dos hermanas comenzaron a recoger las galletitas.

Cuando llegó su mamá, las encontró limpiando.

"¿Qué pasó aquí?"

"Aslan tiró las galletitas" - respondió Amatista.

"Pero nosotras lo arreglamos, no te preocupes".

Su mamá sonrió y las abrazó.

"Estoy orgullosa de ustedes, no solo por ayudar, sino por haber tomado la decisión correcta".

Esa noche, antes de dormir, Amatista se sintió contenta. Entendió que obedecer y respetar a sus padres no solo hacía feliz a su mamá, sino que también hacía que su hogar fuera más alegre.

"Mañana voy a seguir ayudando y siendo responsable" - prometió a la luz de la luna.

Así, Amatista empezó a ver la obediencia como una aventura, no como una obligación. Aprendió que, al respetar y hacer lo correcto, también podía influir en el comportamiento de sus hermanos. Alely empezó a seguir su ejemplo y, aunque Aslan tenía solo seis meses, sonreía y se reía siempre que veía a sus hermanas jugar juntas.

Con cada pequeño gesto de obediencia, Amatista plantaba una semillita de amor y respeto en su hogar, convirtiendo cada día en una gran historia para contar.

FIN.

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