Amelia y el Aguacate Mágico
Amelia era una niña de 3 años que vivía en la hermosa ciudad de Cáceres. Con su cabellito rizado y su sonrisa radiante, cada día era una aventura. A Amelia le encantaba ir al colegio y aprender cosas nuevas, pero sobre todo, le gustaba comer aguacate. Para ella, no había mejor merienda que un delicioso aguacate con un poco de sal.
Un día, mientras jugaba en el parque, Amelia se acercó a un árbol muy peculiar que nunca había visto antes. Era un árbol enorme, con hojas que brillaban como esmeraldas bajo el sol. Al acercarse, sintió que algo especial estaba por suceder.
"Hola, pequeña", dijo una voz proveniente del árbol.
Amelia miró hacia arriba y vio una cara sonriente, hecha de ramas y hojas. "Soy el Árbol de los Aguacates Mágicos".
"¿Mágicos?", preguntó Amelia con curiosidad.
"Sí, cada aguacate de este árbol tiene un poder especial. Si comes uno, podrás aprender algo nuevo. ¡Elige el que más te guste!".
Amelia pensó durante un momento y luego eligió el aguacate más grande que colgaba de una rama baja. "¡Este es el que quiero!". El árbol sonrió y, con un movimiento de sus ramas, hizo caer el aguacate en la mano de Amelia.
"Recuerda, solo puedes comer uno cada día, y después de comerlo, tendrás que usar lo que aprendas para ayudar a los demás," aconsejó el árbol.
Amelia asintió entusiasmada y se llevó el aguacate a casa. Esa noche, su mamá le preparó una rica ensalada de aguacate. Al dar el primer bocado, sintió un cosquilleo en su pancita, y de repente, ideas brillantes comenzaron a fluir en su mente.
"¡Mamá! Creo que puedo enseñarle a mis compañeros del colegio cómo plantar aguacates!".
Su mamá sonrió y dijo: "Me parece una idea maravillosa, Amelita".
Al día siguiente, Amelia llegó al colegio con un pequeño aguacate para mostrar a sus amigos. "¡Chicos! ¡Hoy les enseñaré a plantar aguacates!". Sus compañeros la miraron con sorpresa y emoción.
"¿Cómo lo hacemos?", preguntó Javier, su amigo.
"Primero, necesitamos una maceta, tierra y agua. ¡Vamos a hacerlo juntos!", dijo Amelia mientras se sentía muy feliz.
Poco a poco, los niños comenzaron a seguir las instrucciones de Amelia. Juntos plantaron aguacates en las macetas y se aseguraron de regarlas todos los días.
Sin embargo, un giro inesperado ocurrió. Una semana después, los aguacates no estaban creciendo. Amelia se sintió triste.
"No entiendo por qué no funcionan", murmuró.
Fue entonces cuando recordó las palabras del árbol. "¡Debo ayudar a mis amigos!".
Amelia pensó que quizás necesitaban más luz y agua. Al siguiente día, les dijo a sus compañeros: "¡Vamos a mover las macetas a un lugar donde haya más sol!". Todos siguieron sus instrucciones y juntos aprendieron sobre la importancia de cuidar las plantas.
Días después, comenzaron a ver pequeños brotes verdes asomándose de la tierra.
"¡Miren! ¡Están creciendo!", gritó emocionada Amelia.
"¡Eres una gran maestra, Amelia!", le dijo Valentina, su amiga.
Al día siguiente, cuando volvieron al parque, Amelia decidió visitar nuevamente al Árbol de los Aguacates Mágicos. Cuando llegó, el árbol sonrió. "¿Cómo te fue, pequeña?".
"¡Fue genial! Les enseñé a mis amigos a plantar aguacates, y al final, ¡están creciendo!". El árbol estaba muy orgulloso de Amelia.
"Recuerda, cada aguacate trae un nuevo aprendizaje. Usa tus enseñanzas para ayudar a otros como lo hiciste hoy".
Amelia se sintió feliz y agradecida. Entendió que no solo disfrutaba del aguacate, sino que también podía compartir su amor por él, ayudando a sus amigos. Y así, cada día, Amelia seguía visitando el árbol y aprendiendo cosas nuevas, lo que hacía que su corazón se llenara de alegría.
De esta manera, Amelia no solo creció disfrutando de deliciosos aguacates; también se convirtió en una niña generosa y sabia, compartiendo alegría y conocimiento con todos a su alrededor.
FIN.