Amelia y la Competencia de Suiza
Era una mañana radiante en la escuela Abraham Lincoln. Las aulas estaban llenas de risas y charlas emocionadas, ya que se acercaba la gran competencia de suiza. Todas las niñas de cuarto grado estaban entusiasmadas. Entre ellas, Amelia, una niña de 9 años con una sonrisa contagiosa y un espíritu inquebrantable.
"¡Hola, Amelia! ¿Estás lista para la competencia?" - le preguntó su amiga Clara mientras se ataba las puntas de sus zapatillas.
"¡Sí! He estado practicando todos los días en el parque. El otro día hice un nuevo récord en velocidad" - respondió Amelia con entusiasmo.
Amelia pasaba horas en el parque, saltando, girando y deslizándose por el suelo. Su amor por la actividad física era evidente. Pero no solo se divertía, también trabajaba duro. Su madre, consciente de su dedicación, siempre la animaba:
"Amelia, recuerda que no importa si ganas o pierdes, lo importante es disfrutar y esforzarte. Cada día cuenta".
"Sí, mamá!" - contestaba la niña mientras se acomodaba el cabello, lista para salir a practicar.
Finalmente llegó el día de la gran competencia. La escuela estaba adornada con globos y carteles coloridos. Las niñas estaban nerviosas, pero también emocionadas.
El patio se llenó de aplausos y risas cuando comenzó la competencia. Cada niña se turnaba para demostrar sus habilidades. Amelia observó a sus compañeras, algunas se veían muy seguras, pero ella sabía que había trabajado duro. Su turno llegó y se sintió lista.
"¡Vamos, Amelia!" - gritó Clara mientras la animaba desde la multitud.
Amelia tomó aire profundo y se lanzó a la pista. Su entrenamiento dio frutos: saltó, giró y se deslizó en una emocionante mezcla. La multitud vibraba con cada movimiento. Al finalizar, escuchó los aplausos estallando a su alrededor.
"¡Eres increíble!" - le dijo Clara al abrazarla después de su actuación.
La competencia continuó, y aunque había algunas niñas que también lo hacían muy bien, el jurado tomó su tiempo para deliberar. Finalmente, la profesora de educación física, la señora Martínez, se acercó al micrófono.
"Queridas chicas, ha sido una competencia reñida. Hemos visto un esfuerzo extraordinario de todas ustedes, ¡pero hoy el trofeo se lo lleva... Amelia!"
El corazón de Amelia dio un brinco. ¿Ella? ¿Ganadora? Mientras sus compañeros comenzaban a aplaudir, no podía creerlo. Subió al escenario con una sonrisa de oreja a oreja, sosteniendo el trofeo que brillaba bajo el sol.
"Gracias a todas, realmente estoy muy emocionada. Quiero dedicar este premio a cada una de ustedes, porque cuando cadena de esfuerzo y alegría, logramos grandes cosas juntos" - dijo, pensando en cada una de las chicas que habían competido con ella.
Después de la competencia, Amelia se dio cuenta de que ganar no solo estaba ligado al resultado, sino a la experiencia de compartir momentos con sus amigas y aprender a dar lo mejor de sí misma. Esa fue su verdadera victoria.
El tiempo pasó, y Amelia siguió practicando, pero ahora lo hacía también por el placer de moverse y jugar. Empezó a organizar en la escuela una pausa activa cada semana, donde todas podían compartir y disfrutar de la actividad física juntas, sin importar quién era la más rápida o la más habilidosa.
"¡Este debe ser nuestro nuevo lema! Jugar, disfrutar y esforzarnos juntas siempre" - exclamaba Amelia mientras planeaba las actividades para la semana siguiente.
La competencia de suiza quedó grabada en su memoria como una lección valiosa: el verdadero éxito es disfrutar del camino y compartir la alegría con los demás.
FIN.