Amets, el dormilón de la montaña



Amets era un niño de seis años que vivía en un pequeño pueblo del País Vasco, rodeado de montañas verdes y ríos cristalinos. Aunque Amets era muy feliz, había un pequeño detalle que lo hacía diferente: ¡no podía dejar de quedarse dormido! Desde que era muy chiquito, cada vez que su mamá se distraía, él se caía en brazos de Morfeo. Y así, se lo pasaba en una nube de sueños, en lugares increíbles llenos de aventuras.

Un día, después de una tarde de juegos con sus amigos en la plaza del pueblo, Amets decidió que quería escalar la montaña que estaba al borde del pueblo, famosa por ser el hogar de las leyendas de la mitología vasca. Se decía que en la cima vivía un héroe llamado Basajaun, que cuidaba del bosque y sus criaturas.

Esa mañana, Amets invitó a su inseparable amigo Iñigo a hacer la excursión.

"¡Vamos a escalar la montaña! ¡Quiero ver a Basajaun!" - dijo Amets con los ojos brillando de emoción.

"¡Sí! Pero no te quedes dormido en el camino, ¿eh?" - le respondió Iñigo, riéndose.

Con sus mochilas listas, comenzaron la subida por el sendero que serpenteaba entre los árboles. Todo parecía ir bien hasta que, tras unos minutos de caminata, Amets sintió que sus párpados se volvían pesados.

"Amets, ¡despierta! No podemos dejar que la aventura se escape por un pestañeo" - lo animó Iñigo, mientras le lanzaba un poco de agua que traía en su cantimplora.

"¡Estoy despierto!" - contestó Amets mientras trataba de frotarse los ojos, pero no pasó mucho tiempo antes que ya estaban a mitad de camino y el sueño lo volvió a atrapar. Se sentó en una roca y, con un suave suspiro, se quedó dormido.

Mientras soñaba, se encontró en un bosque mágico, rodeado de criaturas fantásticas. Allí, el Basajaun apareció ante él, alto y amistoso, con su enorme melena y una sonrisa.

"Hola, pequeño soñador, he estado esperándote. Tengo una misión para ti" - dijo Basajaun en un tono profundo y acogedor.

"¿Una misión?" - preguntó Amets, aún un poco confundido.

"Sí, los árboles del bosque están tristes porque nadie les canta. La música de su vida se ha ido. Debes ayudarme a devolverles la alegría, pero necesitarás despertar primero".

Amets se sintió valiente y decidido, pero se dio cuenta de que estaba en un sueño. Sin embargo, en ese momento, escuchó la distancia la voz de Iñigo.

"¡Amets, despierta! ¡Estamos cerca de la cima!"

"Estoy despierto... o no... ¡Ayuda!"

De repente, Amets abrió los ojos. La montaña estaba allí, con Iñigo emocionado a su lado.

"¿Dormiste?" - preguntó su amigo, con una sonrisa traviesa.

"Yo... soñé con Basajaun. ¡Debemos ayudar a los árboles!" - exclamó Amets, entusiasmado.

Después de contarle a Iñigo sobre su sueño, ambos decidieron que debían cantar. Sin vacilar, se pararon en medio de un claro en el camino.

"Vamos a cantar juntos para los árboles" - sugirió Iñigo, dispuesto a ayudar a Amets a cumplir la misión de Basajaun.

"¡Sí! Una, dos y tres..." - y comenzaron a entonar una canción tradicional vasca, la melodía alegre resonó entre los árboles.

A medida que la música llenaba el aire, sucedió algo mágico. Los árboles comenzaron a mover sus ramas como si también quisieran bailar, y el bosque se iluminó con una suave luz dorada. Era como si Basajaun, desde lo alto de la montaña, estuviera mirando y sonriendo.

Cuando terminaron de cantar, sintieron como si el tiempo se hubiera detenido. Uno de los árboles más viejos y sabios se inclinó hacia ellos.

"Gracias, pequeños. La alegría ha regresado. Nunca dejen de soñar y cantar porque así alimentan la vida" - dijo el árbol con voz sabia.

Amets y Iñigo se sintieron felices y satisfechos. Habían cumplido con la misión. Decidieron regresar al pueblo y contarle a todos sobre su aventura en la montaña. Amets aprendió que, aunque a veces se quedara dormido, siempre había un nuevo mundo en sus sueños, pero también la importancia de compartir momentos con sus amigos y proteger su entorno.

Desde aquel día, aunque Amets seguía siendo un poco dormilón, nunca se olvidó de la lección que había aprendido: que cada sueño tiene su razón y que el verdadero valor está en el amor y la amistad que compartimos, tal como lo enseñan las tradiciones del País Vasco. Así, su vida se convirtió en una aventura constante tanto en sueños como en la realidad.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!