Amigas en lo alto de la Torre Eiffel



En un hermoso día soleado en París, la pequeña Martina decidió subir a la Torre Eiffel.

Con su largo cabello rubio ondeando al viento, Martina se sentía emocionada por la aventura que le esperaba en lo alto de la icónica torre. Al llegar a lo más alto, Martina miraba maravillada el paisaje que se extendía ante sus ojos.

Fue entonces cuando notó a una niña de cabello oscuro y ojos brillantes observando también el panorama desde un rincón tranquilo de la plataforma. Intrigada, Martina se acercó a la niña y con una sonrisa tímida le dijo:- ¡Hola! ¿Cómo te llamas? La niña respondió con voz suave:- Soy Luna. ¿Y tú? - Yo soy Martina.

¿Te gustaría ser amigas? -preguntó Martina con entusiasmo. Luna asintió con una sonrisa y así comenzó una hermosa amistad entre las dos niñas en lo alto de la Torre Eiffel.

Juntas recorrieron cada rincón de la torre, compartiendo risas y sueños mientras disfrutaban de las vistas panorámicas de París. Con el paso de las horas, Martina y Luna descubrieron que tenían mucho en común.

Ambas adoraban los libros, soñaban con viajar por el mundo y deseaban hacer del planeta un lugar mejor para todos. Se dieron cuenta de que, a pesar de sus diferencias superficiales, eran almas gemelas unidas por valores e intereses similares.

Mientras observaban juntas el atardecer pintando el cielo de tonos dorados y rosados, Martina le dijo a Luna:- Gracias por ser mi amiga. Este día ha sido increíble gracias a ti. Luna le devolvió la mirada llena de cariño y respondió:- Gracias a ti también, Martina.

Nunca imaginé encontrar una amiga tan especial en lo alto de la Torre Eiffel. Las dos niñas se abrazaron con alegría, sabiendo que su encuentro no había sido casualidad sino el inicio de una amistad duradera y significativa.

Juntas prometieron seguir explorando el mundo, aprendiendo nuevas cosas y apoyándose mutuamente en cada paso del camino.

Y así fue como Martina y Luna demostraron que la verdadera amistad no entiende de diferencias externas, sino que se basa en valores compartidos, respeto mutuo y amor incondicional; una lección valiosa aprendida en lo más alto de uno de los monumentos más emblemáticos del mundo: la Torre Eiffel en París.

FIN.

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