Amigos con TDAH



Pablo era un niño muy inquieto. Siempre se movía de un lado a otro, no podía prestar atención en clase y le costaba mucho seguir las instrucciones de sus profesores.

Sus compañeros lo veían como alguien raro y sus maestros pensaban que era un chico problemático. Un día, después de una reunión con la directora del colegio, los padres de Pablo decidieron llevarlo al médico.

Allí descubrieron que su hijo tenía TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad). A partir de ese momento, comenzaron a trabajar juntos para ayudar a Pablo a manejar su trastorno.

Los padres hablaron con los profesores y les explicaron cómo debían tratar a Pablo para que pudiera rendir mejor en el colegio. Además, comenzaron a darle medicación todos los días para controlar su hiperactividad y mejorar su concentración. Pablo notó rápidamente los cambios en su vida.

Ya no se sentía tan perdido en clase y podía seguir las indicaciones del maestro sin problemas. Incluso empezó a hacer amigos nuevos gracias a que ya no parecía tan extraño.

Un día, mientras jugaba en el recreo, conoció a Julio, otro niño que también tenía TDAH pero no tomaba ningún tipo de medicación. Julio era muy diferente a él: más tranquilo y callado. Pero aun así compartían muchas cosas en común. - ¡Hola! ¿Cómo te llamas? -preguntó Pablo acercándose tímidamente hacia Julio.

- Me llamo Julio -respondió el otro chico sonriendo-. ¿Y tú? - Yo soy Pablo -dijo él con una amplia sonrisa-. ¿Te gusta jugar al fútbol? A partir de ese momento, los dos chicos se hicieron muy amigos.

Juntos, descubrieron que podían hacer muchas cosas si trabajaban en equipo. Pablo le enseñó a Julio cómo divertirse sin necesidad de estar corriendo todo el tiempo y Julio le mostró a Pablo la importancia de tomarse un momento para pensar antes de actuar.

Un día, durante una clase de matemáticas, el profesor les propuso resolver un problema muy complicado en grupo. Muchos niños no sabían por dónde empezar pero Pablo y Julio rápidamente se pusieron a trabajar juntos.

Al finalizar la hora, habían resuelto el problema con éxito y recibieron muchos aplausos del resto del curso. - ¡Lo logramos! -exclamó Pablo emocionado. - Sí, lo hicimos -respondió Julio sonriendo-. Y todo gracias a que trabajamos juntos.

Desde aquel día, los dos chicos continuaron siendo amigos inseparables. Aunque tenían personalidades diferentes, aprendieron a complementarse mutuamente y sacar lo mejor uno del otro. Además, gracias al apoyo de sus familias y profesores pudieron controlar su TDAH y mejorar su rendimiento escolar.

Pablo aprendió que tener TDAH no era algo malo ni vergonzoso sino simplemente una parte más de su personalidad.

Y junto a Julio pudo demostrarle al mundo que ser diferente no era sinónimo de fracaso sino de oportunidad para aprender cosas nuevas cada día.

FIN.

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