Amigos del bosque



Había una vez, en un tranquilo pueblito rodeado de imponentes montañas y vastos bosques, un niño llamado Tomás. Era un chico curioso y aventurero, que disfrutaba explorando la naturaleza. Un día, mientras jugaba cerca de la frontera del bosque, escuchó un aullido. Era un sonido melancólico, pero también misterioso. Tomás, siempre valiente, decidió seguir el sonido.

Mientras se adentraba en el bosque, encontró a un lobo de pelaje plateado y ojos brillantes que lo miraba con atención.

"Hola, pequeño. No deberías andar solo por aquí" - dijo el lobo con voz profunda y tranquila.

"¡Hola! Soy Tomás. ¿Quién sos?" - preguntó el niño emocionado.

"Me llamo Lobo Gris. No te preocupes, no estoy aquí para hacerte daño" - respondió el lobo.

Tomás se sintió intrigado. Aquella criatura, que todos decían que era peligrosa, lucía amigable. Después de un rato de conversar, se dieron cuenta de que tenían mucho en común.

Desde ese día, Tomás y Lobo Gris se convirtieron en los mejores amigos. Juntos exploraban el bosque, jugaban a esconderse entre los árboles y se contaban historias. Lobo Gris le enseñaba sobre las plantas y los animales del bosque, y Tomás compartía sus sueños y deseos.

Sin embargo, su amistad no fue bien vista por los habitantes del pueblo. Cuando los adultos se enteraron de que Tomás pasaba tanto tiempo con un lobo, se alarmaron y comenzaron a contar historias sobre el peligro que representaba. Un día, la madre de Tomás lo llamó.

"Tomás, no quiero que te acerques más al bosque. Los lobos son animales peligrosos y podrías meterte en problemas" - le dijo con preocupación.

"Pero mamá, Lobo Gris es mi amigo. No es peligroso, me cuida y me enseña a amar la naturaleza" - insistió el niño.

"No quiero que te acercas a un lobo, entendé que solo quiero protegerte" - repitió su madre.

Tomás se sintió triste, pero decidió que debía demostrar a los adultos que su amigo no era nada malo. Así, un día, organizó una pequeña expedición al bosque y llevó consigo a algunos de sus amigos del pueblo.

Cuando llegaron al lugar donde solía encontrarse con Lobo Gris, el niño gritó:

"¡Lobo Gris! ¡Ven aquí!" - esperando que su amigo se acercara.

Los otros niños se mostraron asustados al ver al lobo aparecer entre los árboles. Tomás se adelantó.

"¡No tengan miedo! Lobo Gris es mi amigo y no les hará nada" - insistió, mientras se agachaba para acariciar al lobo.

Lobo Gris, comprendiendo la situación, se acercó despacio, mostrando que era inofensivo. Sin embargo, uno de los niños, temeroso, gritó:

"¡Ese lobo va a atacarnos!" - y comenzó a correr.

Los otros niños, asustados, siguieron su ejemplo, pero Tomás se mantuvo firme:

"¡Esperen! ¡Lobo Gris no quiere hacerles daño!" - gritó, tratando de calmar la situación.

Cuando Lobo Gris se sentó y empezó a mover su cola, los niños comenzaron a relajarse un poco. Tomás tuvo una idea:

"¿Qué tal si hacemos que Lobo Gris les muestre sus trucos?" - sugirió.

Así, el niño comenzó a enseñarle a su amigo a hacer algunos trucos sencillos. Lobo Gris saltaba, giraba y hasta se tumbaba. Los niños, cada vez más maravillados, comenzaron a aplaudir.

"¡Mirá lo que puede hacer!" - exclamó Tomás.

"¡Es impresionante!" - gritó una niña.

Con el tiempo, el miedo de los niños se transformó en asombro y admiración. Lobo Gris se convirtió en el centro de atención, y los adultos, al enterarse de lo que estaba sucediendo, decidieron acercarse.

Al ver a su hijo rodeado de amigos y a Lobo Gris actuando como un compañero leal y divertido, la madre de Tomás no pudo evitar sonreír.

"Parece que tienes un gran amigo, Tomás. Quizás me equivoqué al pensar que los lobos son peligrosos" - dijo, cada vez más convencida.

Esa tarde, todos aprendieron una valiosa lección: no siempre lo que parece ser peligroso lo es. A veces, detrás de un exterior formidable, hay un corazón amable y generoso. Desde entonces, Lobo Gris y Tomás no solo se convirtieron en grandes amigos, sino que también lograron unir a los niños del pueblo con la belleza de la naturaleza. Juntos crearon un club de exploración donde todos podían aprender y disfrutar del bosque, respetando a los animales que lo habitaban.

Y así, el niño y el lobo enseñaron a todos que la amistad puede superar barreras y que la verdadera magia de la naturaleza se encuentra en la conexión y el respeto mutuo.

FIN.

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