Amigos en el Gimnasio
Era un día soleado en el barrio y los cuatro amigos, Lucía, Tomás, Mateo y Sofía, habían decidido pasar la tarde en el nuevo gimnasio que había abierto cerca de su casa. Lucía siempre había sido la más deportista del grupo, y había convencido a los demás para que la acompañaran a probar unas clases de boxeo.
"¡Vamos, no les va a doler!", dijo Lucía emocionada mientras entraban al gimnasio.
Una vez dentro, los amigos se fueron acomodando. Tomás y Mateo, ambos un poco nerviosos, se miraron y se rieron. Aunque a los dos les gustaban los deportes, nunca habían pensado en algo tan intenso como el boxeo.
"¿Estás listo para pelear contra mí, Mati?", preguntó Tomás en tono de broma.
"Solo si vos te ponés los guantes", respondió Mateo riendo.
Justo en ese momento, Sofía, que siempre había sido un poco más tímida, lo interrumpió:
"Chicos, no se pelean de verdad. Esta es solo una clase para aprender a defenderse y a cuidar a los demás. ¡Disfrutemos!"
Mientras comenzaba la clase, el instructor les enseñó algunos movimientos básicos de boxeo. Los amigos se esforzaron en imitarlo, pero no todos tenían la misma agilidad.
"¡Ay, no lo logro!", se quejó Sofía, mientras se caía otra vez.
"No te preocupes, Sofi. A mí también me cuesta", la animó Tomás.
Con cada nuevo movimiento, los amigos se reían y se ayudaban entre sí. Poco a poco, fueron ganando confianza y destreza. Pero en un momento, un grupo de chicos más grandes se acercó a ellos y comenzó a burlarse de su manera de boxear.
"¿Qué hacen esos en el gimnasio? No se les entiende nada, son un asco", se rió uno de los chicos.
Al escuchar eso, Mateo sintió que sus ganas de seguir practicando se desvanecieron. Mire hacia sus amigos.
"No sé si quiero hacerlo más...", dijo con tristeza.
Pero Lucía, siempre positiva, propuso:
"Escuchá, no dejes que ellos te hagan sentir mal. Recuerda que venimos a divertirnos y a aprender", dijo Lucía, mientras le daba una palmadita en la espalda. Sofía asintió con la cabeza.
"Sí, somos un equipo. Si nosotros nos apoyamos, no hay manera de que ellos nos hagan sentir mal", comentó Sofía.
Los cuatro amigos decidieron ignorar las burlas y concentrarse en sí mismos. Al final de la clase, después de un esfuerzo increíble, todos sintieron que habían mejorado.
"¡Lo logramos! ¡Mirá cómo nos movemos!", exclamó Tomás, lleno de alegría.
De repente, Mateo sonrió de oreja a oreja y dijo:
"¡Deberíamos hacer una pelea de almohadas en la casa de alguno esta noche! Solo para divertirnos, sin que nadie se lastime. ¿Qué dicen?"
Todos estuvieron de acuerdo, moviendo la cabeza entusiasmados. La idea de una pelea de almohadas les parecía más divertida, y eso les permitió fortalecerse como amigos.
Esa noche, se reunieron en casa de Lucía, prepararon algunas palomitas y llenaron la sala de almohadas. Las risas no paraban. Sofía propuso una regla:
"¡Nada de llorar! Solo diversión y respeto entre nosotros. Las almohadas son para divertirnos, no para lastimarnos", explicó con una sonrisa.
Y así fue como siguieron jugando, riendo y dándose abrazos.
Al final, mientras se acomodaban para dormir, Mateo dijo:
"Me alegra que nos hayamos apoyado hoy. Me siento más fuerte con ustedes a mi lado", confesó.
"Yo también lo siento. La fuerza de un verdadero amigo está en saber levantarse juntos", respondió Sofía con una gran sonrisa.
Y así, los cuatro amigos aprendieron que la verdadera riqueza no está en ganar batallas, sino en compartir momentos, apoyarse mutuamente y disfrutar de la compañía del otro.
FIN.