Amigos Inesperados



Había una vez en un pequeño vecindario, una niña llamada Sofía que adoraba jugar en el parque. Un día, mientras giraba en su tiovivo, notó un pequeño gato de pelaje anaranjado escondido detrás de un arbusto.

- ¡Hola, gatito! - dijo Sofía emocionada. - ¿Por qué estás solo aquí?

El gato, que se llamaba Miguelito, miró a Sofía con curiosidad. Nunca había conocido a una niña antes.

- No estoy solo - respondió Miguelito con voz suave - estoy explorando. Pero no tengo amigos con quien jugar.

Sofía sonrió.

- ¡Yo puedo ser tu amiga! - exclamó. - ¿Te gustaría jugar conmigo?

Miguelito dudó, pero la mirada amable de Sofía le dio valor. Juntos comenzaron a jugar en el parque: corrieron detrás de las mariposas, se ocultaron entre los arbustos y, por último, se hicieron una promesa.

- Seremos amigos para siempre - dijo Sofía, mientras acariciaba a Miguelito.

Los días pasaron y Sofía y Miguelito se hicieron inseparables. Sin embargo, un día de lluvia, Miguelito estaba triste.

- ¿Qué te sucede? - preguntó Sofía.

- No puedo salir a jugar, tengo que quedarme aquí. Odio la lluvia - suspiró Miguelito.

Sofía pensó un momento y luego dijo:

- ¡Pero podemos hacer un juego dentro de casa! -

- ¿Qué tipo de juego? - preguntó Miguelito, cada vez más intrigado.

- ¡El juego de las sombras! - exclamó Sofía. - Vamos a ver qué figuras podemos crear con una linterna.

Así fue como Sofía y Miguelito pasaron la tarde creando figuras en la pared con sus manos, riendo y imaginando que eran grandes aventureros del espacio o exploradores de las selvas.

Cuando la lluvia cesó, Miguelito se sintió feliz de no haberse dejado llevar por la tristeza. Decidió que, incluso en los días oscuros, siempre habría manera de jugar y divertirse.

Un día, Sofía le contó a Miguelito sobre su miedo a hablar en público. Ella estaba nerviosa porque debía presentar un proyecto sobre animales en su clase.

- ¿Tú crees que yo pueda hacerlo? - le preguntó.

Miguelito la miró con sinceridad.

- Claro que sí. Te puedo ayudar a practicar. ¡Eres valiente! - dijo con entusiasmo. - Solo imagina que hablas frente a nosotros, tus amigos.

Sofía se sintió mejor al escuchar a Miguelito, y juntos empezaron a ensayar. Miguelito se mostraba atento y murmuraba palabras de apoyo mientras ella hablaba sobre los gatos y sus travesuras.

El gran día llegó. Sofía, con su corazón latiendo a mil por hora, se puso frente a su clase. En ese momento, pensó en Miguelito, en su aliento motivador, y comenzó a hablar con confianza. Su voz resonaba en el salón y al final recibió un gran aplauso.

- ¡Lo hiciste, Sofía! - celebró Miguelito, esperando en la ventana del aula con un gran brillo en sus ojos.

Con el tiempo, el parque se llenó de recuerdos y aventuras entre ellos. Pero un día, Miguelito se dio cuenta de que había algo en su vida como gato que no estaba del todo bien.

- Sofía, creo que debo irme - le confesó una tarde, con un tono de tristeza. Sofía se quedó sorprendida.

- ¿Por qué? - preguntó, sintiendo que su corazón se encogía.

- Hay un grupo de gatos en el barrio que necesita un líder. Yo tengo confianza en ti, pero debo cuidar de ellos - respondió Miguelito con firmeza.

Sofía se sintió triste, pero también comprendió. Sabía que Miguelito tenía que ayudar a sus amigos.

- Siempre estaré aquí para ti, Miguelito - dijo Sofía con voz firme. - Nuestro amistad nunca se romperá.

- Lo sé, y siempre serás mi mejor amiga - respondió Miguelito, para después salir corriendo hacia su nuevo hogar.

Pero lo mejor de todo fue que, con cada visita que Miguelito hacía al parque, siempre mostraba a un nuevo amigo o amiga que había encontrado, y así Sofía tuvo más compañeros para jugar.

De esa manera, tanto Sofía como Miguelito aprendieron a ser valientes y a cuidar de los demás. La amistad, aunque a veces se enfrente a cambios, siempre puede florecer en nuevos momentos y lugares.

Y así, cada vez que caía la tarde, el parque sonaba con risas, porque una niña y un gato habían compartido algo mucho más grande que ellos: la magia de la amistad.

FIN.

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