Amigos Jurásicos



Fausto era un niño curioso y aventurero. Siempre estaba buscando nuevas formas de aprender sobre los dinosaurios, su pasión favorita. Un día, mientras exploraba una zona montañosa cerca de su casa, Fausto se topó con algo inesperado.

Al principio no podía creer lo que veía: ¡un T-Rex! Era enorme y aterrador, pero también fascinante. Fausto sabía que tenía que mantener la calma y ser valiente si quería acercarse al dinosaurio sin asustarlo.

- Hola amigo, ¿cómo estás? -dijo Fausto tímidamente mientras extendía la mano hacia el T-Rex. El dinosaurio miró fijamente al niño con sus grandes ojos amarillos, pero no pareció enojado ni amenazante.

De hecho, comenzó a mover la cola como si estuviera contento de ver a alguien. - ¡Increíble! -exclamó Fausto-. Nunca pensé que podría conocer a un T-Rex tan de cerca. Durante horas, Fausto observó al dinosaurio y aprendió todo lo que pudo sobre él.

Descubrió cómo cazaba para sobrevivir y cómo usaba sus poderosas mandíbulas para masticar carne cruda. También aprendió sobre las diferentes partes del cuerpo del T-Rex: desde los dientes afilados hasta las garras largas y curvas en sus patas traseras.

A medida que avanzaba el día, Fausto comenzó a sentirse cada vez más cómodo junto al T-Rex. Incluso llegaron a jugar juntos con algunas ramitas y hojas secas. Pero entonces algo inesperado sucedió... De repente, otro dinosaurio apareció en la escena.

Era un Triceratops, con su gran cuerno y sus patas fuertes. Fausto se asustó un poco al principio, pero pronto se dio cuenta de que el Triceratops no parecía agresivo.

- Hola amigo -dijo Fausto mientras extendía la mano hacia el nuevo dinosaurio-. ¿Quieres jugar con nosotros? El Triceratops pareció pensarlo por un momento antes de asentir con la cabeza. Los tres comenzaron a correr juntos por las montañas, saltando sobre rocas y riendo felices.

Fausto había aprendido algo importante ese día: incluso los animales más grandes y temibles pueden ser amigos si les das una oportunidad. Y también descubrió que no hay nada más emocionante que aprender sobre los dinosaurios de primera mano.

Desde entonces, Fausto visitaba regularmente a sus nuevos amigos dinosaurios en las montañas para seguir aprendiendo y jugando con ellos.

Y cada vez que lo hacía, recordaba la lección valiosa que había aprendido aquel día: nunca juzgues a alguien por su apariencia o tamaño, porque todos merecen una oportunidad para ser amigos.

FIN.

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