Amigos malabaristas


Había una vez un niño llamado Juan, que siempre estaba triste. No importaba cuánto intentaran hacerlo reír sus compañeros de clase, nunca lograban sacarle una sonrisa.

Los chistes más divertidos y las bromas más graciosas no tenían efecto en él. "¿Qué le pasa a Juan? ¿Por qué siempre está tan triste?", se preguntaban los demás niños. Un día, cansados de no obtener respuesta, decidieron investigar qué estaba pasando con su amigo.

Decidieron acercarse a él y preguntarle directamente. "Juan, ¿qué te ocurre? Estamos preocupados por ti", dijo Martín, uno de los compañeros más cercanos. Juan suspiró y bajó la mirada antes de responder:"No sé... Me siento triste todo el tiempo y no puedo evitarlo".

Los demás niños quedaron sorprendidos por su respuesta. Nunca habían escuchado a alguien hablar así antes. "Pero... ¿no puedes simplemente cambiar tu estado de ánimo? Todos tenemos momentos tristes, pero también podemos ser felices", comentó Laura con curiosidad.

Juan levantó la cabeza y les explicó:"Sé que es normal sentirse triste en ocasiones, pero mi tristeza parece nunca irse. No puedo encontrar la alegría en las cosas que solía disfrutar".

Sus amigos se miraron entre sí, sin saber muy bien cómo ayudarlo. Pero estaban decididos a hacer algo para animar a Juan. Decidieron organizar una fiesta sorpresa solo para él.

Pensaron que si lo rodeaban con música divertida, juegos emocionantes y risas contagiosas, tal vez podrían sacarlo de su tristeza. La mañana del día de la fiesta, los niños decoraron el salón con globos y serpentinas. Colocaron una gran mesa llena de comida deliciosa y prepararon un montón de juegos divertidos.

Cuando llegó el momento, todos saltaron y gritaron "¡Sorpresa!" mientras Juan entraba en el salón. Sin embargo, a pesar de todo el esfuerzo que habían hecho, Juan simplemente no podía dejar atrás su tristeza.

"Lo siento chicos, aprecio mucho lo que han hecho por mí. Pero mi tristeza no desaparece tan fácilmente", les dijo sinceramente. Los demás niños se sintieron desanimados al ver que sus esfuerzos no daban resultado.

Pero decidieron no rendirse tan fácilmente y buscaron otra forma de ayudar a Juan. Un día, mientras jugaban en el parque, vieron a un grupo de personas haciendo malabares. Los niños quedaron fascinados al ver cómo lanzaban pelotas y platillos al aire sin dejar caer ninguno.

Inmediatamente pensaron que esto podría ser la solución para alegrar a Juan. Así que compraron algunos malabares y empezaron a practicar juntos todos los días después del colegio. Poco a poco, cada uno fue mejorando sus habilidades hasta convertirse en unos expertos malabaristas.

Y cuando creyeron estar listos para impresionar a Juan, organizaron una actuación solo para él. Esa tarde, los niños mostraron todo lo que habían aprendido frente a su amigo triste.

Lanzaban las pelotas y platillos al aire con gracia y precisión mientras hacían piruetas increíbles. Juan los observaba con asombro y, por primera vez en mucho tiempo, una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro.

Ver a sus amigos tan felices y disfrutando de algo que habían aprendido juntos le dio un poco de alegría. "¡Son increíbles!", exclamó Juan emocionado. Desde ese día, los niños continuaron practicando malabares juntos y encontraron nuevas formas de animar a Juan.

Aprendieron que ser triste no era algo malo o extraño, sino simplemente una parte normal de la vida. Y aunque no siempre podían hacerlo reír, estaban ahí para apoyarlo y recordarle que no estaba solo.

Así, entre risas y juegos, Juan fue encontrando su camino hacia la felicidad nuevamente. Y sus compañeros aprendieron la importancia de comprender y apoyar a aquellos que están pasando por momentos difíciles. Juntos descubrieron que el amor y la amistad pueden ayudarnos a superar cualquier tristeza.

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