Amigos para siempre


Había una vez en una sala de infantes un grupo de amigos muy especial: Juani, Sofi, Pedrito y Luli. Ellos eran inseparables y siempre estaban juntos compartiendo risas y aventuras.

Un día, mientras jugaban en el patio del jardín, algo mágico sucedió. De repente, comenzaron a sentir un amor profundo y sincero entre ellos. Una energía cálida los envolvía y los hacía sentir más unidos que nunca.

- ¡Qué lindo es estar con ustedes! - exclamó Juani emocionado. - Sí, siento como si fuéramos una familia - dijo Sofi con una sonrisa. - ¡Es como si nos hubieran regalado el amor más grande del mundo! - agregó Pedrito emocionado.

- ¡Qué felices somos juntos! - dijo Luli abrazando a sus amigos. Desde ese día, su amistad se fortaleció aún más. Se cuidaban mutuamente, se apoyaban en todo momento y se divertían como nunca antes lo habían hecho.

Ese amor que Jesús les había regalado los hacía únicos y especiales. Pero no todo sería tan fácil para estos amigos. Un día llegó al jardín un nuevo niño llamado Tomás. Él era tímido y no tenía amigos en la sala de infantes.

Los cuatro amigos decidieron acercarse a él y mostrarle el mismo amor que compartían entre ellos. - ¡Hola Tomás! ¿Querés jugar con nosotros? - le preguntó Juani con una sonrisa. - ¿De verdad quieren ser mis amigos? - preguntó Tomás sorprendido.

- ¡Claro que sí! Todos merecen tener amigos como nosotros - dijo Sofi extendiéndole la mano. - Gracias chicos, nunca me sentí tan feliz - dijo Tomás emocionado.

A partir de ese momento, Tomás se sumó al grupo de amigos y juntos vivieron las mejores aventuras en el jardín. Descubrieron que el verdadero amor consiste en compartirlo con quienes más lo necesitan.

Con el tiempo, llegó el momento de separarse ya que cada uno debía ir a salas diferentes al comenzar la primaria. Aunque sabían que sería difícil no estar juntos todos los días, se prometieron mantener viva esa llama de amor que Jesús les había regalado.

Y así fue como Juani, Sofi, Pedrito, Luli y Tomás aprendieron la importancia del amor verdadero y la amistad incondicional gracias al don especial que habían recibido del espíritu santo: el poder de unir corazones para siempre.

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