Amigos sin fronteras
Había una vez, en un pequeño pueblo llamado Villa Feliz, dos amigos muy especiales: Eduardo y Pedro. Ambos eran muy simpáticos y siempre estaban dispuestos a ayudar a los demás.
Un día, mientras jugaban en el parque del pueblo, se encontraron con un pequeño pájaro herido. Eduardo y Pedro no dudaron ni un segundo en ayudarlo. Lo llevaron a la casa de Eduardo, donde lo cuidaron hasta que se recuperó por completo.
Mientras tanto, comenzó a correrse la voz sobre la amabilidad de estos dos amigos. Y así fue como muchos niños del pueblo empezaron a acercarse cada vez más a ellos para jugar juntos y compartir buenos momentos. Pero no todo era color de rosa.
Un día llegó al pueblo un nuevo chico llamado Martín. Martín era muy tímido y solitario, pero también era muy competitivo.
Desde el primer momento que vio a Eduardo y Pedro jugar juntos decidió que quería ser su amigo también. "Hola chicos ¿puedo jugar con ustedes?"- dijo Martín tímidamente. "¡Claro!" -respondieron ambos amigos al mismo tiempo.
Martín estaba feliz de haber encontrado nuevos amigos tan geniales como ellos, pero pronto comenzó a sentirse inseguro cuando veía lo bien que se llevaban Eduardo y Pedro entre sí. "No puedo permitir que sean mejores amigos que yo" -pensaba Martín para sí mismo cada vez que los veía reír juntos o hacer algo divertido sin él.
Y así fue cómo empezó a comportarse mal con sus nuevos amigos: les quitaba las pelotas durante el juego o hacía trampa en cualquier actividad en la cual perdiera contra ellos.
Eduardo y Pedro se dieron cuenta de que algo no estaba bien con Martín, pero en lugar de alejarse de él decidieron hablar con él para tratar de entender qué le pasaba. "Martín, ¿te ocurre algo? -preguntó Eduardo. "No sé...
me siento mal cuando veo lo bien que se llevan ustedes dos" -respondió Martín avergonzado. "¿Por qué te sientes así?" -preguntó Pedro con preocupación. Martín les explicó que siempre había sido muy solitario y nunca había tenido amigos tan buenos como ellos.
Pero al mismo tiempo se sentía inseguro por temor a perderlos o a no estar a la altura de su amistad. Eduardo y Pedro entendieron perfectamente lo que sentía Martín porque también habían pasado por momentos similares en sus vidas.
Así que decidieron ayudarlo a superar sus miedos e inseguridades mediante el diálogo y la empatía.
"Martín, nosotros te queremos mucho como amigo y no importa si eres el mejor o el peor en algún juego, lo importante es compartir buenos momentos juntos" -dijo Eduardo con una sonrisa. "Sí, además cada uno tiene habilidades distintas y eso es lo que nos hace únicos" -agregó Pedro.
Martín comprendió finalmente que la verdadera amistad no consiste en competir entre sí sino en apoyarse mutuamente sin importar las diferencias individuales. Desde ese momento los tres amigos jugaron juntos felices durante mucho tiempo más. Y así fue como Eduardo y Pedro enseñaron a Martín una valiosa lección sobre la amistad: ser auténticos, solidarios e incondicionales.
FIN.